La tercera

Fútbol, salarios y machismo

Hay una estructura patriarcal que empuja a los hombres (también a las mujeres) a no ir a los estadios, ni a seguir el partido Éibar Femenino contra el Granadilla Tenerife

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Nieto

Pablo de Lora

Los sueldos de los futbolistas dependen del rendimiento que generen; los futbolistas masculinos generan más ingresos, 'ergo' ganan más dinero. Alfonso Pérez 'dixit'. Es cierto que añadía la siguiente coletilla: «Ha evolucionado [el fútbol femenino] pero deben tener los pies en el suelo y ... saber que no se pueden equiparar en ningún sentido con un futbolista hombre». ¿Son tales declaraciones una muestra de machismo? No.

Respecto a la última afirmación, es una obviedad si lo que se quiere decir es que los futbolistas profesionales masculinos son mejores que las femeninas. No escasea la evidencia y la mejor prueba de esa diferencia es la segregación misma entre sexos en las categorías deportivas profesionales, justificada por buenas razones de raigambre feminista, de la misma manera que si la selección española sub-18 se enfrentara a la selección absoluta el resultado sería previsiblemente escandaloso y por eso se dispone de categorías por edad. Y así ocurre en prácticamente todos los deportes. Hay algunas disciplinas, por cierto, en las que algunos determinantes fisiológicos también andan detrás de las enormes diferencias entre hombres: comprueben el 'ranking' de mejores tiempos en Maratón desde 1900 y quiénes no son africanos.

De nada de esas realidades se deriva mecánicamente criterio alguno de justicia distributiva, lo cual me lleva a la primera parte de la 'disquisición alfonsina' y la absurda polvareda levantada. En efecto, yendo de lo más obvio a lo menos, del hecho de que los hombres ganen a las mujeres jugando al fútbol –y bajo ese parámetro se pueda entender que son 'mejores'– no se sigue que el fútbol femenino deba estar prohibido, ni que no merezca la pena ir al campo a ver los partidos de mujeres o seguir su Liga, ni ponderar su juego, ni que no debamos seguir animando a las niñas, jóvenes o mujeres a la práctica deportiva, ni… que ¡deban ganar menos! Martina Navratilova habría perdido contra buena parte de los hombres del circuito profesional en el momento en el que su carrera profesional estaba su cénit, y probablemente ganó muchísimo más que la mayoría de ellos. Por contingencias tales como un juego excesivamente dependiente del saque imposible de restar que puedan hacer jugadores masculinos muy altos y potentes, el tenis femenino pudo convertirse en un espectáculo mucho más entretenido y competitivamente superior. Hasta que llegaron Federer, Nadal y Djokovic, claro. Tengo buenos amigos aficionados al voleibol que señalan algo semejante. En la 'lógica Alfonsina' unos estadios de voleibol femenino más nutridos, y más patrocinadores y televisiones interesadas deberían generar más ingresos y las jugadoras ganar más.

Pero claro, como he anticipado, cabe perfectamente impugnar como injusta esa forma de generar y distribuir ingresos (el 'deberían' anterior es puramente instrumental). Rechazarla en el caso del fútbol femenino, o del deporte femenino en general, no le convierte a uno en el feminista fetén que sí podrá ver su nombre en estadios o su reputación como buen ciudadano y padre de familia inalterada. Y es que, como han dicho solventes feministas, el feminismo no es una teoría de la justicia comprehensiva, sino una especificación de algunos principios más generales con los que estamos comprometidos, particularmente con el ideal igualitario. La feminista que lo es por anticapitalista –como muchos de los que se soliviantaron contra Alfonso Pérez– se subleva al saber que MacKenzie Scott (la exmujer de Jeff Bezos) tiene una fortuna milmillonaria, resultado de un buen acuerdo de divorcio, y pensará en los millones que, independientemente de su sexo, malviven en el planeta con menos de un dólar diario.

¿Por qué deberían entonces ganar lo mismo los futbolistas masculinos y femeninos? ¿Deberían ganar lo mismo el actor Juan Diego Botto y Meryl Streep, Ana Patricia Botín y el cajero del banco de su barrio? ¿La comparación se hace intra-deportes, oficios, artes, profesiones o disciplinas? ¿Por qué? A quien se ha sublevado entonces contra las declaraciones de Alfonso Pérez le corresponde la no pequeña carga de universalizar su criterio. Y por cierto, ¿cuál es? ¿Lo determina la Secretaría de Estado de Igualdad? Se ha dicho que, en relación a su 'valor' o 'mérito', lo que ganan los futbolistas masculinos es escandalosamente alto, que no hay valor 'intrínseco' en sus regates, chilenas o tiros por la escuadra, que tal apelación es una trampa del capitalismo. ¿Pero quién ha dicho semejante cosa? ¿Valor intrínseco? No, lo que parece constatable es que Messi, Ronaldo, etcétera, concitan emoción a raudales, pasión desenfrenada, sentimiento nacional, coitos inesperados y divorcios sorpresivos. Yo no sé cuánto vale eso, es decir, qué se debería estar dispuesto a pagar para verlo –yo no tanto, la verdad– y creo que no conocemos otro criterio que no sea algo así como un mercado que exprese monetariamente esas preferencias. Y sí, sí, ya sé que no todo debe fiarse al mercado, o que éste debe intervenirse eventualmente también por buenas razones pertenecientes a la lógica capitalista, pero ¿alguien conoce otro parámetro y lo puede medir? ¿Es el esfuerzo? Si ustedes supieran lo que ha tenido que sacrificarse la extraordinaria marchadora María Pérez para lograr ser doble campeona del mundo, llegarían a la conclusión de que debería triplicar el salario de la futbolista Jenni Hermoso. O cuadriplicarlo, o quintuplicarlo, o… ¿alguien lo sabe? De momento, lo que genera María Pérez es muy inferior en comparación con el fútbol femenino. ¿Hacemos algo al respecto? ¿Qué, que no comprometa nuestra libertad como espectadores, consumidores o aficionados?

Se afirma, como última alternativa argumental, que la afluencia a los estadios, la afición al cabo, no es 'neutral'. Ya ven por dónde viene la jugada: hay una estructura patriarcal que empuja a los hombres (también a las mujeres) a no ir a los estadios, ni a seguir en la plataforma televisiva que toque el partido Éibar Femenino contra el Granadilla Tenerife. Como si hubiera una suerte de mano invisible 'smithiana' que nos tapara los ojos frente a las destrezas de las futbolistas, desconectara la wifi en casa o nos sacara de las gradas cuando ellas juegan. Hay que tener en cuenta, se añade, los siglos de prohibición del deporte femenino, de prejuicios y estigmas. Nadie puede dudar de esto último, pero ¿por qué deberían los hombres y las mujeres dedicar más atención al fútbol femenino y no al baloncesto, la marcha o el tenis? ¿Hacemos algo al respecto?, ¿qué?

Lo peor de la polémica por las declaraciones de Alfonso Pérez no es la ropa vieja argumentativa con la que se le ha crucificado, sino esa santa compaña activada contra su presunta herejía que censura más lo que no ha dicho y debía decir, que lo que ha dicho. 'Compelled speech' (discurso obligatorio) se denomina en la jurisprudencia constitucional estadounidense. En el sustrato de ese deber, cada vez socialmente más impuesto –insisto: no ya emplear los términos políticamente correctos por inofensivos, sino los argumentos y explicaciones igualmente correctas por inofensivas, si no condescendientes–, habita también una gran equivocación: la de pensar que porque X e Y deben ser iguales (en derechos y obligaciones, en dignidad) X e Y son iguales. Y no, no lo son siempre y en todos los aspectos que puedan ser relevantes. Creer lo contrario es incurrir en la falacia moralista. Evítenla.

SOBRE EL AUTOR
Pablo de Lora

es catedrático de Filosofía del Derecho de la UAM

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