TRIBUNA ABIERTA
Homenaje a la amistad
Una biografía rescata el legado político y cultural de Florentino Péred-Embid
Octavio Ruiz-Manjón
Florentino Pérez-Embid era sevillano por su profundo afecto a la ciudad hispalense aunque había nacido en Aracena en julio de 1918, cuando la guerra europea se acercaba ya a su fin, y pocos días antes de que la familia imperial rusa fuera salvajemente asesinada. ... En España reinaba Alfonso XIII y Antonio Maura era su presidente de gobierno desde el mes de marzo. Un gobierno que había generado grandes esperanzas, que pronto quedarían defraudadas.
En diciembre de este año se cumplirá medio siglo de su muerte en Madrid. Había vivido, por lo tanto, cincuenta y seis años y llevaba casi la mitad de su vida en puestos prominentes de la vida pública. Desde la primavera de 1968, hasta el inicio del año de su muerte, desempeñó el cargo de director general de Bellas Artes. Pero nunca fue ministro, que era una de sus grandes ilusiones. Parece que una tardía oferta para desempeñar una cartera ministerial le llegó cuando ya no le quedaban las fuerzas necesarias para ocuparla.
Fue, posiblemente, el primer miembro del Opus Dei en desempeñar un cargo político -director general de Propaganda, en 1951, que después se llamó de Información- y Gregorio Morán ha escrito de él que fue «el más importante, y menos citado, de los organizadores de la cultura del franquismo». También tuvo mucha presencia en la prensa y utilizó, como principal plataforma desde la que exponer sus ideas, las páginas de este periódico, en el que publicó decenas de Terceras. Muchas de ellas serían recogidas en sus libros.
Desde 1943, cuando acababa de cumplir veinticinco años, era miembro numerario del Opus Dei y había estudiado Filosofía y Letras, especialidad de Historia, en la Universidad de Sevilla. Allí disfrutaría del magisterio de Francisco Murillo Herrera y de Juan de Mata Carriazo y, en 1949 obtendría la cátedra de «Historia de los descubrimientos geográficos y de geografía de América» de esa misma universidad, aunque se trasladaría a la de Madrid a finales del siguiente año.
Para entonces ya llevaba algunos años con una intensa participación en la vida cultural española, dentro de lo que se ha denominado el grupo de la revista 'Arbor', del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
En un momento en el que parecía imprescindible la definición de un proyecto cultural que encajara con el nuevo régimen que se había instaurado tras la guerra civil, aquellos hombres, entre los que descollaba la figura de Rafael Calvo Serer, apostaron por valores tradicionales impregnados de fuerte religiosidad, y tomaron como figura señera a Marcelino Menéndez Pelayo.
No dejaba de ser una simple opción, entre otras que se postularon entonces, y la propuesta perdería vigor desde comienzos de los años cincuenta.
El recuerdo de Pérez-Embid se ha avivado en estas fechas con la publicación, por la editorial Rialp, de una biografía escrita por el historiador Onésimo Díaz, que ya se había ocupado de la figura de Rafael Calvo Serer, otro conocido miembro del Opus Dei.
Ambas biografías responden a la tarea que viene realizando el Archivo de la Universidad de Navarra para recibir y organizar fondos documentales relacionados con la historia de la España más reciente
En el caso de Pérez-Embid, la biografía que ahora se nos ofrece, recoge detalladamente toda la peripecia de su vida en la que, acabada su etapa de director general de información, se volcó en el empeño de buscar una salida al régimen de Franco a través de la restauración de la monarquía en la persona de Don Juan de Borbón, conde Barcelona. Permanecería en su Consejo privado hasta que la proclamación de Don Juan Carlos de Borbón, en el verano de 1969, como sucesor de Franco a título de Rey, hizo innecesario aquel organismo. Para entonces, además, ya había nacido el actual rey, Don Felipe, y la continuidad monárquica parecía asegurada.
Pérez-Embid se dedicó entonces a iniciativas periodísticas, como la revista cultural 'Atlántida', y a proyectos académicos que desembocarían en su nombramiento como rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander, en el verano 1968.
Formaba parte, en suma, del nutrido grupo de españoles que, conscientes de la fragilidad que siempre tiene una solución dictatorial, se esforzaron por dar consistencia y funcionalidad al nuevo régimen. Si bien era cierto que éste no podía asimilarse a las democracias parlamentarias de su entorno, aquellas personas trataron de buscar una homologación del régimen español a través de su incorporación a diversos organismos internacionales -empezando por la ONU- y a la articulación de leyes que dieran una cierta apariencia de normalidad institucional al régimen español.
Por otra parte, las medidas coercitivas que caracterizaron los inicios del régimen se atenuaron sensiblemente en la década de los cincuenta. Los estudios de Julius Ruiz, así como el más reciente de Miguel Platón, han puesto en su verdadero lugar las cifras de la represión, aunque sigue habiendo políticos ignorantes -e, incluso, algún historiador- que no quieren renunciar a cifras de propaganda que no se apoyan en ningún estudio serio.
En esa tarea de institucionalización de la vida española coincidieron personas de muy distintas sensibilidades políticas, como se pudo comprobar en la misma vida de Pérez-Embid. Desde comienzos de 1957 acudió frecuentemente a comidas -o cenas- de un grupo de amigos que se dieron a sí mismos el nombre de «grupo de los nueve». Lo integraban Alfonso Osorio, Jesús Fueyo, Torcuato Luca de Tena, Gonzalo Fernández de la Mora, Federico Silva Muñoz, Leopoldo Calvo-Sotelo, José María Ruiz Gallardón, Fermín Zelada de Andrés y, por supuesto, Florentino Pérez-Embid.
Cualquiera que conozca algo de la historia de aquellos años sabe que en ese grupo confluían opiniones políticas muy diversas y algunos de sus componentes tendrían un papel muy destacado -después de la muerte de Franco- en la Transición española a la democracia.
Pérez-Embid murió antes de que se desarrollara aquel proceso, que algunos parecen querer demonizar ahora, a la vez que arremeten contra sus principales logros: la Constitución española de 1978 y la voluntad de consenso que se vivió entonces entre los llamados a dirigir la nueva situación.
La historia, en todo caso, nos permite dirigir una serena mirada hacia unos años que no pueden despacharse con calificativos de brocha gorda, que ni siquiera vale la pena reproducir aquí. Unos años en los que, entre aciertos y errores, no faltaron españoles que trataron de encontrar para España la senda perdida en los sangrientos años treinta del pasado siglo.
Florentino Pérez-Embid fue, sin duda, uno de ellos y así lo testimoniaron un nutrido grupo de amigos -más de ochenta- que, al publicar en 1977 un libro en honor del político desaparecido, no encontraron mejor título que el de 'Homenaje a la amistad'.
es miembro de la Real Academia de la Historia
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