UNA RAYA EN EL AGUA
Nardos
La Virgen de agosto es el hilo espiritual que festonea el mapa de España con más de mil puntadas de devoción mariana
Nitroglicerina política
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Iniciar sesiónLa ciudad semivacía de agosto ha amanecido en medio de un hormigueo de gente azacaneada. Muchos han salido aún de noche, peregrinando desde barrios y localidades del alfoz para esperar junto a la catedral las primeras luces indecisas del alba. A las ocho en punto ... la torre mayor señala la hora del rito con un volteo de campanas, y algo después el pequeño palio adornado con cientos de varas de nardos asoma su perfil en la plaza entre júbilo de devotos, expectación de curiosos, rezos de beatas y miradas de arrobo que en los más mayores traslucen una cierta cosquilla de nostalgia. Las cabezas se despueblan de sombreros de paja en señal de respeto al paso de la Virgen sentada cuyos rasgos góticos parecen sonreír al pueblo –«¡¡sorride la Madonna!!» exclama una turista italiana– como amparándolo con su gracia. Un sol grato enciende la limpia mañana azul mientras una brisa suave agita los gallardetes con leyendas marianas y la imagen sacra desfila ante las viejas gradas que un día sirvieron como lonja comercial de la capital de un mundo recién ensanchado por la epopeya americana. Están abiertas de par en par todas las puertas del enorme templo, la «montaña hueca» de Gautier, con sus capillas iluminadas y el órgano elevando plegarias de notas hasta las bóvedas más altas. A mediodía, el ceremonial ha concluido y el casco antiguo se va de nuevo despoblando a medida que las autovías periféricas se llenan de atascos camino de la playa. A lo largo de la jornada, el testigo devocional irá pasando a otros puntos del mapa –alrededor de mil doscientos– como un hilo que cose de fiestas patronales la geografía espiritual de España.
Día de tregua. Los medios hablan del concierto catalán, de los cómplices policiales de la fuga de Puigdemont, de las protestas contra el pucherazo de Venezuela, de la fiebre del Congo y el virus de Nilo, de las tormentas estivales, del padre de Lamine apuñalado en una discusión callejera. También de la contraofensiva ucraniana; no hay año sin que el eco de alguna guerra irrumpa en la calma veraniega. La vida continúa con su carga de conflictos, aflicciones y problemas; también los fieles piden consuelo para sus penas en las preces ante las diversas advocaciones de la fiesta agosteña, depositarias de una piedad popular que confía en el desenlace feliz de unas promesas musitadas en voz queda. Lo dejó escrito Machado: buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan. Pero este jueves han acudido a una cita con su memoria, con su tradición moral, con sus raíces, con su fe los que la tengan, y en ese encuentro cara a cara con lo más profundo de sus creencias hallan a la vez una esperanza y una certeza. La esperanza de un hálito sobrenatural que dé sentido a la muerte, la soledad, el desamparo, el sufrimiento o la tragedia, y la certeza de vivir, por unas horas siquiera, el sueño efímero de la ciudad sublime, invulnerable, perfecta.
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