la tercera
Hasta que los nietos digan basta
«Al abuelismo catalán habría que recordarle lo siguiente: Franco murió en la cama; la lengua y la cultura catalanas no la salvaron los cursillos impartidos en pisos del Ensanche y la Bonanova, sino los editores que invirtieron en el asunto; el mayo del 68 en Barcelona se saldó con la rotura de algún cristal bancario, y el 'proceso' fue un golpe fracasado»
Es difícil saber cuándo acabarán los últimos coletazos de un 'proceso' que mañana cumple los diez años de edad y los cinco desde el golpe. Sabemos que el 'proceso' ha implosionado por falta de apoyo político, social, legal, internacional y económico. Y porque el independentismo ... con mando en plaza de ERC –vencido por la legalidad y el Estado– está exhausto y busca el 'diálogo' –indulto y desjudicialización– para salir del paso. Así se conserva el poder y el empleo. Por su parte, el independentismo vociferante de Junts –también, poder y empleo– pretende culminar el 'proceso'. Un burdo ejercicio de oportunismo político para seguir engañando a la fiel infantería y comprometer a la ERC que, a la chita callando, admite la derrota y apuesta por una acumulación de fuerzas a medio plazo. Finalmente, hay un fundamentalismo, que confunde Junts, que sostiene que el 'proceso' está vivo –«el mandato del 1-O», dicen–, aunque crionizado por el Estado y olvidado por unos políticos negligentes, pusilánimes, cobardes o vendidos.
Entre unos y otros, destacan en número –las encuestas lo confirman– los mayores, los que ya tienen la edad de ser abuelos y guardan el legado de las esencias para los que vendrán. Se trata de un abuelismo que cuenta historias de caminos con baldosas amarillas, niñas con zapatos de plata y magos omnipotentes; que transmite un relato inventado y presume de unas hazañas imaginadas. Las batallitas de los mayores que se enfrentaron al franquismo, salvaron la lengua y la cultura catalanas, impulsaron un mayo del 68 al modo París-Barcelona; que implementaron el feminismo en Cataluña; que se enfrentaron a la represión del Estado el 1-O. En muchos casos, apropiaciones indebidas del resistencialismo antifranquista. En otros, pura ficción identitaria y pensamiento 'soi-disant' progresista. Un cuento.
Al abuelismo catalán habría que recordarle lo siguiente: Franco murió en la cama; la lengua y la cultura catalanas no la salvaron los cursillos impartidos en pisos del Ensanche y la Bonanova, sino los editores que invirtieron en el asunto; el mayo del 68 en Barcelona se saldó con la rotura de algún cristal bancario; la revolución feminista que empezó en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona, con las Primeres Jornades Catalanes de la Dona (1976), desembocó en el feminismo de despacho apaciguador de malas conciencias; el 'proceso' fue un golpe fracasado. En definitiva, Franco siguió en el poder hasta el final; la lengua y la cultura catalanas se recuperaron durante el franquismo (la primera editorial de empaque en lengua catalana se constituyó en 1961); Barcelona siguió gobernada por un José María de Porcioles que tuvo su continuador en Pasqual Maragall; al mayo feminista y sesentayochista le siguió un apacible y caluroso junio; la democracia derrotó al 'proceso'. «E la nave va». Con pataletas y algaradas. Con el sueño incumplido de una revolución pendiente.
Un abuelismo darwinista, mutante. A veces, progresista; a veces, tercerista; a veces, independentista. Siempre, pretendidamente heroico. El abuelismo victimista de quien, con el tiempo, asume con orgullo la condición de eterno perdedor. Que transforma los impulsos instintivos en perfección moral y social. De ahí, la reivindicación y sublimación de las hazañas del 1-O de 2017, sin olvidar la infamia del 6 y 7 de septiembre. De ahí, movimientos como la ANC y Òmnium Cultural, que se movilizan contra la «represión del Estado», contra el 155, contra el 25 por ciento de español en la escuela; a favor de los «presos políticos», los «exiliados», los 4.000 «represaliados» y el monolingüismo excluyente. Y se revuelven contra los suyos, que reculan frente al Estado. Una movilización y un activismo –«la calle será siempre nuestra», afirman– que se define por su carácter prepolítico, parapolítco y antipolítico, que recurre –vuelve Carl Schmitt– a la «verdadera democracia» y la «voluntad del pueblo». Una movilización que expide certificados de calidad independentista y demoniza y castiga al disidente y al infiel. Una movilización que no acepta la democracia. Un abuelismo y un activismo, de carácter trumpista, que cree que España les ha robado, entre otras cosas, el derecho a decidir el futuro político de Cataluña.
El independentismo catalán –«enfermo de pasado», diría José Ferrater Mora– ha convertido Cataluña en una suerte de micropopulismo de vocación autoritaria que se caracteriza por la prescripción de la realidad, la deslealtad institucional y constitucional, el chovinismo, el supremacismo, el peaje identitario y la imposición lingüística. Pero el destino y la razón dan la espalda a la república de los impostores: un decorado de cartón piedra. Un cuento.
En la línea de Sigmund Freud, se podría decir que, tras sus fracasos continuados, el abuelismo independentista ha desarrollado una «neurosis de destino». Sigmund Freud, en diversos trabajos, distingue la «realidad material» de una «realidad psíquica» que se traduce en un diálogo interno del sujeto consigo mismo, una reconstrucción de la realidad y el significado a la carta que incluye distorsiones, apariencias, autoengaños, deseos o fantasías. Entonces, se produce el conflicto entre lo consciente y lo inconsciente o subconsciente. El sujeto, de forma compulsiva, fantasea con proyectos carentes de fundamento y realidad. Nunca aprende de unas repeticiones y desdichas que conducen ineludiblemente a la frustración. A veces, al odio. ¿Cuándo acabarán los coletazos del «proceso''? A falta de otro sujeto agente –los partidos políticos y los movimientos sociales continúan en su mundo paralelo–, la tarea de los nietos en Cataluña debería consistir en pronunciar ruidosamente el «¡basta ya!». Y es que el camino de las baldosas amarillas que conecta la Tierra de Oz con la Ciudad Esmeralda, por muy reluciente que aparezca, es, como dice la escritora Ana González Duque, muy «jodido». Concluye: «No creas que el camino de baldosas amarillas es un cuento de hadas. Ten cuidado». Basta ya, pues.
Basta ya de insensateces. Basta ya de realidades virtuales. Basta ya de victimismos. Basta ya de atentados a la democracia. Basta ya del incumplimiento sistemático de las leyes. Basta ya de corromper el significado de las palabras. Basta ya de pervertir las ideas. Basta ya de falacias. Basta ya de manosear la historia y los hechos. Basta ya de mirar al pasado aduciendo que se mira al futuro. Basta ya de mentir y proteger al mentiroso. Basta ya de disfrazar una disputa entre catalanes como si de un conflicto entre Cataluña y España se tratara. Basta ya del viaje a ninguna parte. Fuera máscaras. Es hora de enfrentarse a la realidad. Porque se han roto los consensos de la Transición, se ha resquebrajado la convivencia, se ha tergiversado el derecho internacional, se ha dado un golpe a la legalidad democrática y al Estado de derecho, se ha burlado a la Justicia, se ha justificado la violencia, se han deshonrado las nobles figuras del preso político y el exiliado, se ha deteriorado la imagen de Cataluña y su economía. Se ha hecho mucho daño. Y el ridículo.
Llegó la hora en que los nietos dejen de mirar hacia otro lado y asuman su responsabilidad histórica. Basta ya de dar por bueno lo inaceptable. Basta ya de callar. En beneficio de todos. 'This is the End'..