la tercera
Cicerón y el bufón de las Cortes
Comparar la realidad de nuestras Cortes con un gallinero no es cuestión de clases ni de élites, sino de respeto a la ciudadanía
La poesía de lo cotidiano
Hacia un lugar peor
Mercedes López Mateo
Existe ya en nuestro país una generación de votantes que no ha conocido un estilo serio de hacer política. No se trata de una seriedad caricaturizada como la que ingeniosamente representó Oscar Wilde en 'La importancia de llamarse Ernesto', donde la trivialidad en el carácter ... se entremezcla con las vitales preocupaciones de la clase alta victoriana. Precisamente, porque nada de lo que sucede en la arena pública habría de ser considerado banal, el sentido del deber de nuestros representantes no puede traducirse en nada que no sea solemnidad en las Cortes Generales. Así, aquello que la política española ha perdido, sin ninguna intención aparente de rescate, está vinculado con nuestra herencia romana: la 'gravitas'.
Más allá de la mera gravedad que concedemos a lo que consideramos importante, la 'gravitas' formaba parte de las virtudes de la moral romana que todo buen gobernante había de cultivar, pues atendía a una profundidad de espíritu y a una comprensión de la responsabilidad contraída que era deseable en quienes se dedicaban a la cosa pública. Aunque el catálogo de cualidades valiosas en política haya evolucionado con cada época –incluso, con cada ciclo político–, la 'gravitas' será siempre un imponderable que merecerá la pena atesorar con cuidado.
Mientras, en las últimas décadas se habría instalado un nuevo cometido, ligado a la aparición sociológica de un reciente grupo de edad: captar el interés y el voto de los jóvenes. Por alguna fatídica razón, el medio elegido para ello ha sido el humor, tanto en las Cortes Generales como en las redes sociales. Lo que parecen desconocer, sin embargo, a ambos lados del espectro ideológico es que acercar la política a la juventud conlleva escuchar con seriedad sus preocupaciones y reconocerlos como interlocutores legítimos. Poco o nada se asemeja a los zascas, los vídeos virales o a los improperios a los que habitúan. Reducir la implicación de los jóvenes en la política institucional a mera comunicación fanfarrona supone un flaco favor a nuestra democracia.
En efecto, el arte del humor es un ejercicio complejo cuando se tropieza con los asuntos públicos. Las Cortes, especialmente su Cámara Baja, son la casa de todos, pero no por ello hemos de acomodarnos demasiado. Por esta razón, ya en el siglo I a.C. Cicerón advirtió en 'De Oratore', uno de sus tratados de retórica, sobre los peligros que podía suponer para un orador incurrir en estos terrenos resbaladizos. Por todos es sabido que el humor, como el capital social en nuestros días, es algo con lo que has de nacer o no obtendrás nunca; pero eso no impidió al filósofo romano dar algunas pautas que nos recuerdan por qué nuestros representantes deberían leer más a los clásicos.
Ni la historiografía, ni la sátira, fábula o elegía, y mucho menos la comedia, requerían del fino calibre sobre el que se construía el humor de la oratoria. Sus resultados podían ser muy provechosos, pues la hilaritas contaba con una gran capacidad para hermanar en torno a una misma carcajada a quienes, en otras circunstancias, discreparían. Era así en el siglo I a.C. y lo es también hoy. Hay una levedad en el humor que hace humano a quien lo profiere. Y, sin embargo, de entre todas las emociones y gestos que se conjugan en política, quizás sea la risa la que exhiba una tasa de retorno menor. Un orador romano no debía poner en riesgo su gravitas por danzar sobre los límites de la risa, la burla y la bufonería. La mayor tragedia que podía entonces sucederle a un orador, como a un político hoy, es que no se le tomara en serio, pues qué cabe esperar de una sociedad cuyos líderes ya no evocan admiración, sino sorna.
A ese orador ideal que Cicerón buscaba describir hemos de imaginarlo, salvando las distancias, como la antesala del moderno 'homme d'État', del 'statesman' o, en sede hispana, del hombre de Estado. Aquello que diferencia a un diputado cualquiera de un verdadero líder político es la credibilidad social que logre transmitir su gravitas. Por supuesto, aquello que los romanos denominaron auctoritas se edificaría también en otras virtudes, pero esta resulta primordial si el objetivo es, como ha sido siempre, que el pueblo deposite su confianza, voto y, por ende, soberanía en esta clase de individuos.
Las bromas a las que nos incita Cicerón en su tratado se basan en la agudeza, aunque habría que preguntar a sus contemporáneos si él mismo cumplía con sus preceptos, pues tenía fama de bromista. En cualquier caso, se trata de un humor breve, ágil y sutil. Huir de la bufonería barata del chiste fácil o de las obscenidades supone, además, ocupar un espacio limitado del tiempo de discurso. Detenerse excesivamente en las bromas, darles demasiado peso, implicaría dirigir la naturaleza del discurso hacia el humor, perdiendo la gravitas y, en consecuencia, desgastando su legitimidad. Piensen en cualquier político actual: si viene antes a su mente una de sus salidas de tono en lugar de una propuesta sólida en sede parlamentaria, algo no funciona como debiera. Una sociedad deseable sería aquella en la que el cuerpo de servidores públicos, en lugar de encarnar la burda instrumentalización de las bajezas humanas, reflejara lo mejor que hay en cada uno de nosotros.
Por esta razón, Cicerón recomendaba que las bromas del orador tenían que marcar distancia con las de los bufones, los llamados 'scurrae'. De lo contrario, el siguiente paso sería la asimilación de profesiones: «Pues en efecto, lo adecuado del momento, la moderación y templanza en la mordacidad misma, y lo espaciado de sus gracias distinguirá al orador del bufón: nosotros las utilizamos con motivo, no para parecer graciosos». Igualmente, un político no puede semejarse a un cómico.
Tampoco se confundan, comparar la realidad de nuestras Cortes con un gallinero no es cuestión de clases ni de élites, sino de respeto a la ciudadanía. La democracia merece líderes que no sean confundidos con bufones. Valga para toda profesión cuyo desempeño requiere de la confianza y bienes ajenos, sea una vida en el quirófano o la soberanía en las Cortes.
Así, aunque lo creamos necesario para ganar popularidad entre los más jóvenes, el humor es un arma de doble filo para quien lo formula si no se articula con moderación y elegancia. Por ello Cicerón también advirtió que «quien primero habló resulta burlado en el mismo terreno en el que hablaba». De esta falta de mesura adolecen hoy algunos miembros de nuestro Congreso, los cuales, por desgracia, de la 'gravitas' sólo han heredado la pesadez.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete