RENGLONES TORCIDOS
Cantas mal
Es el momento de recordar(nos) que igual de grave resulta errar por acción que por omisión
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Iniciar sesiónCuando tenía dieciocho años mi hermano de doce me espetó enfadado «¡Cantas mal!». «¿Qué dices, niñato?». No soy ninguna María Callas ni Whitney Houston, pero lo que sí tenía claro era que no desafinaba, he participado en coros desde niña. «Cantas lo que no es», ... insistía. Caí en la cuenta entonces de a qué se refería, algo en lo que no había reparado: al cantar –de forma inconsciente– no suelo seguir la melodía principal, hago un acompañamiento. En un coro llega a haber hasta seis voces distintas (soprano, mezzo, alto, tenor, barítono o bajo) y sólo percibimos una como la 'correcta', las demás se acoplan a ella. En la polifonía radica el encanto de las corales; los legos perciben como una única voz lo que en realidad es fruto de un duro trabajo: el del compositor, que se ha roto la cabeza para inventar una melodía e ir introduciendo diferentes variaciones. El del director, que enseña a seis grupos de personas qué, cómo y cuándo cantar. Y, por supuesto, el de los coristas. Este es el drama de los artistas: no suele apreciarse en profundidad todo lo que rodea a la obra. Y la música está pensada para quien la escucha. Por suerte, el primero que oye y disfruta es el intérprete. De otra manera no seguiría habiendo producciones artísticas.
En política en general –y en campaña en particular– la polifonía no tiene lugar en el grueso principal de la comunicación: anuncios gráficos, mítines, eslóganes, spots. Existe algo de espacio para el matiz en las entrevistas, pero poco más. Deberíamos ser los columnistas y analistas los que buscáramos dichos matices, especialmente en debates delicados que urge resolver. Pero a veces tenemos miedo. Miedo a que gane el partido que nos aterra. Miedo a ser malinterpretados, pues muchos asuntos requieren análisis polifónicos: si el tema es la soprano, el tenor matiza a ésta, la mezzo lo acompaña y el bajo recuerda que no todo han de ser notas agudas. Esto da lugar a 'opinólogos' de partido, o a quienes se limitan a señalar lo complejo que resulta componer una coral.
El problema es doble. Primero, porque 'complejo' equivale con frecuencia a ocultar que uno mismo no sabe por dónde le da el aire. El segundo problema –que no excluye al primero– es que los analistas sabemos que deberíamos elegir. Definirnos. Sobre una única melodía se puede armar una multitud de acompañamientos distintos con resultados muy dispares que no gustan a todo el mundo. Cuánto miedo a la etiqueta, justo en el momento en el que resulta más sencillo plantarse firmemente ante un Ejecutivo como el que tenemos sin que te tachen de radical.
Aun así, a veces parece que queda mejor arrojar con gracia, con gesto reposado y de suficiencia intelectual, un «todo esto es muy complejo». Y no decir nada. O, peor: escribir mucho, muy atildado, sin decir nada. Quizá es el momento de recordar(nos) que igual de grave resulta errar por acción que por omisión.
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