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RENGLONES TORCIDOS

Cantas mal

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Mariona Gumpert

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Cuando tenía dieciocho años mi hermano de doce me espetó enfadado «¡Cantas mal!». «¿Qué dices, niñato?». No soy ninguna María Callas ni Whitney Houston, pero lo que sí tenía claro era que no desafinaba, he participado en coros desde niña. «Cantas lo que no es», ... insistía. Caí en la cuenta entonces de a qué se refería, algo en lo que no había reparado: al cantar –de forma inconsciente– no suelo seguir la melodía principal, hago un acompañamiento. En un coro llega a haber hasta seis voces distintas (soprano, mezzo, alto, tenor, barítono o bajo) y sólo percibimos una como la 'correcta', las demás se acoplan a ella. En la polifonía radica el encanto de las corales; los legos perciben como una única voz lo que en realidad es fruto de un duro trabajo: el del compositor, que se ha roto la cabeza para inventar una melodía e ir introduciendo diferentes variaciones. El del director, que enseña a seis grupos de personas qué, cómo y cuándo cantar. Y, por supuesto, el de los coristas. Este es el drama de los artistas: no suele apreciarse en profundidad todo lo que rodea a la obra. Y la música está pensada para quien la escucha. Por suerte, el primero que oye y disfruta es el intérprete. De otra manera no seguiría habiendo producciones artísticas.

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