La tournée de dios
Viajar de cine
En medio del silencio, una pareja bailaba
Quiero mi vieja y mi cerdo (2ª parte)
Quiero mi vieja y mi cerdo (1ª parte)
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Iniciar sesiónEl que llega a Niza sabe que lo primero es caminar hasta el Cours Saleya. Allí sigue el mercado de flores, el mismo lugar donde Hitchcock había colocado la cámara sin mover un solo pétalo.
Después está el mar. De un azul insolente. En él ... se estrellan las cornisas abiertas a carreteras serpenteantes donde Grace Kelly condujo uno de los descapotables más famosos del cine, con Cary Grant a su lado. Hoy ya no hay descapotables, o los hay de alquiler para turistas con prisas. La Costa Azul no es un refugio: es un escaparate asediado por hordas de millonarios convertidos en caricatura de sí mismos; todos empeñados en asesinar a golpes de tarjeta la elegancia de otro tiempo.
Por eso uno huye hacia Cap Ferrat, donde todavía queda la Riviera secreta. El puerto pequeño, las mansiones discretas, la sombra de Somerset Maugham y Cocteau y tal vez la casa –prestada por la ficción– de un ladrón de guante blanco. Allí basta girar la cabeza para tener un plano perfecto. El Mediterráneo como decorado, el viento como guionista. No hay director de fotografía que mejore lo que ofrece la naturaleza. Hitchcock lo sabía.
Y aun así, la verdadera sorpresa de este viaje me esperaba en el hotel Negresco, otrora catedral del glamour, que hoy sobrevive asediado por turistas de medio mundo. Sin embargo, todavía es capaz de regalar escenas de cine. Lo descubrí un día cualquiera, paseando bajo su rotonda para admirar de nuevo el magnífico fresco del carnaval de Venecia. Me asomé a un salón creyéndolo vacío. No lo estaba.
Allí, en medio del silencio, una pareja bailaba. Él, maduro, impecable en chaqueta azul marino. Ella, con un vestido blanco que dejaba la espalda desnuda. Bailaban muy despacio. Sin música. Sólo un compás invisible que parecía suyo y de nadie más. No me vieron. Yo, sí a ellos, pero fui incapaz de reaccionar. Me quedé quieta, con la puerta entreabierta, atrapada por la belleza. Ellos seguían girando lentamente, en un tiempo distinto al mío, distinto al del mundo. Y pensé que hay quienes tienen la suerte de haber vivido unos instantes que justifican toda una vida.
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