tiro al aire
Tregua
Seguro que hoy, como ayer, en Israel y en Gaza el 99 por ciento de la población firmaría para que no muriera ni uno más de los suyos
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Iniciar sesiónHay un personaje que me inquieta estos días. Cuanto más pienso en él, más me obsesiona. Es el rompetreguas. La RAE no lo ha incluido en su última tanda de nuevas adquisiciones pero igual a la próxima. O no. Eso, ojalá no, porque no hayamos ... tenido que usar la palabra. Qué naif, me dirán, pero seguro que se preguntan estos días igual que yo en qué momento después de conseguir parar una guerra, la de Israel-Hamás, alguien dispara una bengala, pega un tiro, lanza un petardo. Si es una sola persona, ¿tiene familia? ¿Ya lo ha perdido todo? ¿No le importan sus vecinos? ¿Busca venganza? ¿Adora la sangre derramada? ¿Lo hace sin pensar? ¿No ha tenido ya bastante? La cuestión es otra, tan o más desgarradora, pero menos humana, si se rompe en grupo, sirva comando, escuadrón, pelotón… ¿quién lo decreta? ¿Quién ordena enterrar la paz, otra vez? Porque la tregua es tan paz si cabe porque es delicada, buscada y necesitada. Para enterrar a los muertos. Para comer. Para recordar que se está vivo.
Seguro que hoy, como ayer, en Israel y en Gaza el 99 por ciento de la población firmaría para que no muriera ni uno más de los suyos, y a lo mejor tampoco de los contrarios. Una división, la de unos y otros, los tuyos y los míos, que no se arreglará con más guerra. Y a lo mejor tampoco con un acuerdo de paz que deje vencedores y vencidos sino sólo con una tregua larga que diga «vamos a parar de reventarnos las tripas, de cosernos a balazos, de tirar el dinero en la barbarie, de destruirnos. Y vamos hacer otras cosas porque lo contrario es el infierno en la tierra, por muy prometida que la creamos».
La semana de Navidad de 1914, cinco meses después de haber comenzado la I Guerra Mundial, en una zona de batalla de Flandes, Bélgica, los alemanes colocaron unos árboles de Navidad en sus trincheras. Los ingleses, desde las líneas enemigas, terminaron uniéndose a ellos. Hablan algunos historiadores de que aliados y alemanes, durante un par de días, compartieron canciones, chocolate y cigarrillos y se ayudaron a enterrar a los muertos. Se cava mejor en paz. Se habla de un capellán que recitó salmos en varias lenguas y de un partido de fútbol pero, sobre todo, de que aquellos hombres no querían seguir matándose unos a otros. De aquella tregua espontánea, de la larga Noche de Paz de 1914, nos queda la duda de si lo natural es el estado de guerra o sentarnos juntos entorno a la hoguera en tierra de nadie.
El parón bélico duró hasta que algunos altos oficiales se enteraron, confirmando lo que decía Paul Valéry de que «la Guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de gentes que sí se conocen pero no se masacran». O que echan más leña al fuego aprovechando su cargo, alentando un lado u otro, para sacar rédito político en vez de ofrecer una pipa de la paz.
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