TIRO AL AIRE
Torrijas o trabajo
Puedes librar estos días pero seguir tan ausente como si hubieras ido al trabajo. La autoexplotación es nuestra nueva religión
Miedo a la mina
Palabra de Trump
El verdadero fraude de la Semana Santa no son los precios de los hoteles sino la cantidad de trabajo que planeas adelantar. El primer error, para muchos, parte de considerar como una semana entera lo que no es más que un puente largo. Que ... además, no es festivo para todo el mundo.
Como periodista, he echado muchas Semanas Santas en la redacción. Y Navidades. Y días de Reyes. Como los médicos. O los camareros. Parece lo contrario a santificar las fiestas, pero alguien tiene que hacerlo. Cuando se hace mucho, pasa factura.
Demasiados conocidos lamentan no haber estado más presentes en las fiestas y en la vida familiar por cuestiones de trabajo. Los arrepentidos de los festivos. Lo dicen en pasado como si hoy no nos pasara. Pero ahora es peor. Para empezar, la división espacial da igual: ya no hay una línea clara trabajo-resto del mundo. El hotel que reservaste hace meses para desconectar, la casa rural que alquilasteis como base para hacer senderismo, la de los abuelos y hasta la tienda de campaña en ese valle medio aislado pueden convertirse en tu puesto de trabajo en cualquier momento.
Sí, puedes librar estos días pero seguir tan ausente como si hubieras ido al trabajo. Es más, hasta es lo que deseas. La autoexplotación es nuestra nueva religión. Por eso llevas semanas rezando para que las próximas vacaciones sean muy productivas. Nos sale de dentro, sin que nos obligue ningún jefe. Es nuestra esencia, nuestro verdadero yo, nuestra auténtica fe.
Yo la he puesto en acabar un curso de prevención laboral, un seminario de inteligencia artificial, avanzar en un proyecto que he de entregar a la vuelta y perfilar una nueva propuesta. Acumulo más planes de curro que días de vacaciones. Ocurre que luego veo a mis amigas y el vermut se convierte en comida improvisada con extensa sobremesa. Más tarde, me apunto a un café que incluye copa y lo que se tercie y al volver a casa dice mi madre que si hacemos torrijas. Por supuesto.
Así, con la planificación deshecha, nos hemos plantado en el Viernes Santo, este día en el que por nada del mundo me pierdo las procesiones del pueblo y otro rato con la familia. Por la tarde, también he quedado. Cuando caiga la noche me sentiré un poco culpable de no haber avanzado con mi plan, pero tendré que resignarme porque me conozco. Soy una rebelde. Lo sé porque no es la primera vez. Cuando cargue el coche el domingo por la tarde me arrepentiré de haberme traído el portátil porque, para no abrirlo, me podía haber ahorrado el bulto. Pero entonces me vendrán a la cabeza el sabor de las torrijas de mi madre, la imagen de mi padre en la procesión y el sonido del quinto brindis con las chicas. No creo que exista mejor prueba de que, un año más, esta habrá sido una buena Semana Santa.
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