Supervivientes en Bruselas

Está en ello Yolanda Díaz, experta en jugar a lo contrario de lo que predica. Que hay que escuchar siempre, dicen los que aprobaron la ley Trans sin debate. La de Sumar se ha ido con todo su cuajo a abrazar a Puigdemont que es un fugado del Estado al que ella representa. Qué cabeza, siempre se le olvida –que gobierna–.

Están en Bruselas, alegan los suyos. Esa ciudad en la que los independentistas catalanes siempre gustaron de compararse con los luxemburgueses. Por lo de la renta 'per capita'. Me resulta inevitable preguntarme qué le dice una política defensora de que todos somos igualicos –va en manchego, aquí mi dosis de equidad lingüística– que dispara contra los ricos por insolidarios –¿eso es Sumar, no?– cuando se sienta con un político que predica lo contrario: no somos iguales y además nosotros somos mejores y más ricos o lo seríamos sino nos obligarais a ser solidarios –¿eso es Junts, no?–. Por esa intriga histórica puse la oreja, pero no pude escuchar más que dos cositas en español muy de cortesía por parte de Díaz. El español, ese idioma tan internacional.

Yolanda Díaz parecía feliz con Puigdemont en Bruselas. Se diría que la que volvía a casa era ella, de tanta buena cara que puso al verlo. No veas cómo oprimen en España, hermano, podría haberle dicho, con su trenza ucraniana y esa sonrisa en la que tanto invierte. Hay que reconocerle que es una política que gira conceptos. No nos coló que planchar es el nuevo yoga, pero sí ha conseguido que el perladismo mechado –perla en la oreja, mecha rubia en el pelo– deje de ser patrimonio de pija de derechas para serlo también de pija comunista. Díaz, lobista por la igualdad estética.

De ahí su viaje a Bruselas, capital de los 'lobbies'. Los acuerdos que se cierran en sus despachos se celebran después en una tarde noche que, sin ser la madrileña, tiene su encanto. A los mejores sitios les llevarán los locales: italianos magníficos, un piano bar de otra época… Más fácil de localizar es Le Roy d'Espagne. En la misma Grand Place. Cuando entras, te cuentan que los muñecos del techo, como ahorcados, son soldados españoles de los Tercios de Flandes. No sé si Yolanda y Carles, Carles y Yolanda terminaron brindando allí, imaginando que en vez de soldados, lo que colgaban sobre sus cabezas eran votos de españoles. A lo mejor se sintieron importantes. Esa estúpida manía española de confundir a meros supervivientes con verdaderos líderes.