TIRO AL AIRE
'Renfeansiedad' y cambio ferroviario
Los nacidos en los 80 fuimos los últimos jóvenes en conocer los trenes puntuales. Nuestros Talgos e Intercitys no sufrían jamás una avería
Medallas, sospechas y algo más
Hoy me avergüenzo de España
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Iniciar sesiónLo hemos empezado ya a debatir en nuestro grupo de amigos y no nos ponemos de acuerdo. Será falta de información. Necesitamos más datos, más análisis, más opiniones de expertos, más 'papers', más gurús... La ciencia ha avanzado mucho pero no hay conclusiones unánimes. Todavía ... hay quien sostiene que los problemas del cambio ferroviario en España no son culpa del hombre, sino que se trata de evolución natural. No sé aún dónde posicionarme. No quiero pecar de 'woke' acusando directamente a la mano de nadie. Podría estar señalando donde no es. Ahora bien, a pesar de las discrepancias en la teoría, se detecta unanimidad en los efectos que el cambio ferroviario está trayendo a nuestras vidas. Nadie puede negarlos: retrasos, averías y carestía. Estos, avisan, no irán a menos.
Les confesaré aquí que muchos de mi generación hemos sido negacionistas del cambio ferroviario. Los nacidos en los 80 fuimos los últimos jóvenes en conocer los trenes puntuales. Nuestros Talgos e Intercitys, al 99 por ciento, no sufrían jamás una avería. No sentimos nunca la desigualdad de asiento. El que iba a tu lado había pagado lo mismo que tú: no dependía de que fuera más pícaro brujuleando en la web o tuviera información privilegiada de fechas o 'apps'. Los precios eran igualitarios, democráticos y binarios porque las únicas clases eran turista y primera. Inauguramos con ilusión incontenida el AVE Madrid-Sevilla en el 92 y descontábamos los años para que llegara a nuestras ciudades. ¿Cómo no nos va a costar enterrar la idea de la buena Renfe? Yo aún me resisto. Con tanto Big Data, Inteligencia Artificial, progreso tecnológico, ingeniero y matemático…
Pero no hay que negar la realidad. Conscientes del problema, la mayoría de mi grupo hemos empezado a desarrollar 'renfeansiedad'. «Nos estamos cargando el tren», nos repetimos. Las noticias y los testimonios no hacen sino agravar nuestra respuesta emocional. Esto es serio. Y urgente. ¿Qué sistema ferroviario queremos dejarle a nuestros hijos? Como tantos afectados, tras una profunda reflexión, muchos hemos optado por no viajar más en tren. Queremos ser parte de la solución y no del problema, no contribuir más a la crisis ferroviaria. Asumimos el desafío y nuestra responsabilidad. Si no viajamos en tren, no saturaremos estaciones, no habrá retrasos, ni averías, ni carestía de plazas. Pero no es tan fácil. He cogido el coche, yo sola, con mi gasoil y mi aire acondicionado individual, aumentando mi huella de carbono, en vez de compartirla con cuarenta extraños en un vagón, multiplicado por los que lleve ese día el tren destino Alicante. «Oh, no», me autoflagelo. Lo he contado. No sólo me pasa a mí, está incluso diagnosticado: ecoansiedad. En mi grupo de terapia ya hemos empezado a redactar una carta al Ministerio de Transición Ecológica. A ver qué opinan ellos de este choque de ansiedades.
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