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El peinado rococó de Irene Montero

La corte de Montero diseña sus campañas de igual forma que el peluquero de María Antonieta

María José Fuenteálamo

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En el minucioso retrato que Stefan Zweig hace de María Antonieta, el escritor nos lleva hasta los hábitos de peluquería de la reina del rococó. Es una de las preocupaciones de la de Austria en su etapa más banal y frívola. Esa en la ... que vive de espaldas a los franceses, centrada en su bienestar y sin mayor pesar puesto que, en su convicción de destino reinante, no necesita mirar al pueblo. Sin embargo, éste también inspira su vida. Tiene mucho que ver en ello su peluquero, Léonhard Autié, quien todas las mañanas viaja «en coche de seis caballos de París a Versalles para peinarla». Este supuesto artista, arquitecto y escultor, como lo define Zweig con ironía, esculpe sobre María Antonieta auténticas virguerías horteras, muchas veces basadas en el tema del que habla la calle. La ópera que triunfa en París, la vacuna contra la varicela inoculada al rey o la rebelión americana. Ni un acontecimiento sin su peinado. Por estas estrafalarias torres de cabello muchas damas de la época se desplazaban de rodillas en sus carrozas. Pero si ese es el punto jocoso, el autor estremece al lector al presentar el ejemplo más «necio y vil» de las cabezas huecas rococó. Cuando las panaderías de París sufren saqueos en la hambruna de 1775, –señal de lo que luego vino–, «a la frívola sociedad cortesana no se le ocurrió nada mejor que representar el acontecimiento en los bonnets de la révolte». El peinado de los gorros de la revuelta.

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