tiro al aire
Nada
Sánchez también se irá un día. Pero, mientras tanto, algunos no podemos hacer nada porque los que sí podían han decidido no hacerlo
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¿Qué se puede hacer? «Nada, no se puede hacer nada», llevan días respondiendo jueces, abogados y otros juristas, profesores y políticos a esa pregunta que les hacemos los amigos, los conocidos y los periodistas. Pero, ¿cómo no se va poder hacer nada?, repreguntamos, cansinos, ... mil y mil veces. ¿Cómo va a ser justo lo que la Justicia ha sentenciado como injusto? ¿Cómo no va a poder hacer algo el sistema desde dentro? «Nada, si Pedro Sánchez se empeña, no se puede hacer nada«, vuelven a contestar algunos en público, otros sólo en privado.
Se queda en el cuerpo un algo raro al escuchar cada uno de esos nadas. Tan realistas como pesimistas. Como con el aplauso final que sólo confirma que quienes sí podían hacer algo tampoco han hecho nada. ¿Cómo es posible? Nada, que no han hecho nada. Quizá porque ellos también estaban convencidos de que tampoco se podía hacer nada. O no estaban dispuestos a convertirse en nada.
Cuando por fin se fue de la casa familiar de la calle Aribau, la Andrea de Carmen Laforet dijo que no se llevaba «nada». O «al menos, eso creía yo», confesaba al lector. Podía haber dicho que se llevaba desidia. O calamidad. Con todo lo que había pasado. Pero dijo «nada» porque a veces no hay mejor palabra que la que nos remite al vacío para definir la injusticia, el egoísmo y la manipulación. Porque son actitudes que no te enseñan nada. Te descolocan tanto que no te transmiten nada.
El Pedro Sánchez más engrandecido, como un telepredicador de sí mismo –tono con el que arrancó su discurso de investidura como si fuera el salvador del mundo–, nos ha convertido a todos en Andreas. En espectadores que no pueden hacer nada.
Su frase más certera, más real, más definitoria de sí mismo la pronunció a escasos diez minutos de que comenzara la votación. Estaba destinada a todos los diputados que le iban a votar, a quienes procederían un rato después a bendecir su forma de actuar con un 'sí'. Gracias «por la confianza», les dijo. «Porque la confianza es lo que damos cuando no podemos ver», añadió Sánchez, sabiéndose reelegido. Otra vez, el político telepredicador. El hombre vestido de socialista que pide fe porque no puede pedir coherencia ni principios. Es la única forma de que no se valore lo que firma, lo que vende, lo que corrompe.
Por eso él quiso dar las gracias de esa manera a quienes le votan. Por creerle sin comprobaciones, sin exigencias, sin pruebas. Por hacerse los ciegos. Por mirar a otro lado. Por aceptar el secuestro de todo un país a cambio de siete votos. Por no ver nada. Esa ceguera simulada es el camino más recto que han tomado los únicos que sí podrían haber hecho algo.
Sánchez también se irá un día. Pero, mientras tanto, algunos no podemos hacer nada porque los que sí podían han decidido no hacerlo. Y a lo mejor eso tampoco nos enseña nada.
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