TIRO AL AIRE
La humanidad de los dioses del fútbol
Las marcas deportivas los miran con ojos publicitarios. Para colgarles su logo. Las marcas políticas, para colgarles su relato
'Flowers' en Génova
Vox, 'menas', turistas y pistolas de agua
Hubo a quien la otra noche se le congeló el aliento, a pesar del calor, con el «Gibraltar es español«. Eran los mismos que ya habían pasado algo de frío al notar gélidos saludos en Moncloa. Igual intuyen algo más cálidas las recepciones empresariales ... de la primera dama. En nuestro palacio gubernamental tienen claro que fútbol es fútbol. Pero los británicos están hechos de otra pasta. Ya saben, no son de esta UE. No digo yo que les guste el cántico, más tras perder la final, pero de ahí a confundir una celebración futbolera con geoestrategia política va un trecho. Allá en las Islas ha tenido que salir todo un exministro de Defensa a puntualizar que »España puede haber ganado legítimamente la Eurocopa, pero no han ganado The Rock«. 'What?' Que son la selección masculina de fútbol, no el nuevo comité negociador del Tratado de Utrech. Tampoco la portavocía del Gobierno. Por cierto, la nuestra, elegantísima, al ser preguntada por las canciones y los gestos: »Lo importante es la gesta«. Pilar Alegría maneja mejor el tono cuando habla de la selección que cuando lo hace de investigaciones judiciales cercanas al jefe.
Lo de alabar a la selección está muy bien por lo del equipo y los valores del deporte, pero hay quien olvida que el grupo está basado en la meritocracia pura. Sus integrantes, los mejores entre los mejores, entran a dedo –y menos mal, imagine que se requiere mayoría de tres quintos–. Encima se les exige ambición y entrega total, la competición es feroz y de conciliación, ni hablamos.
Aun así, los políticos y los agitadores políticos se pelean por ella. Sobre todo, cuando gana. Entonces se mira al vestuario como un caladero de héroes. Pero no héroes de fútbol, que es lo que son, sino de otras causas. Las marcas deportivas los miran con ojos publicitarios. Para colgarles su logo. Las marcas políticas, para colgarles su relato. Es la cosificación de los campeones.
Vivimos condenados a buscar héroes no por admiración sino por aprovechamiento. Como escaparates portadores de eslóganes. Ansiamos dioses para petrificarlos y tirárselos a la cabeza, como armas –¿como insultos?–, a quienes no piensan como nosotros. Eh, tú, racista, mira mi nueva estrella. Eh, tú, intolerante, mira mi nuevo campeón. Pero luego, los jugadores, que tienen vida propia, salen del campo, y qué descoloque.
Hay un tipo que no sé si juega al fútbol pero también llena estadios. Aparece en ellos, enloquece a su público haciendo lo que sabe hacer y desaparece. El Sol de México canta y baila, pero en sus últimos conciertos no ha hablado. Ni mu. A ver si va a tener mala voz, comentamos en mi área del Bernabéu. Luis Miguel debe de creer que para mantener el estatus de deidad lo mejor es no abrir la boca. Hacerlo te humaniza. Y ahí es donde más nos representan los jugadores de la Roja. No son nuestros portavoces, son nuestro reflejo. Humanos en todo. Salvo en el césped.
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