TIRO AL AIRE
La guerra de las palabras bonitas
Los sofistas fueron aquellos primeros filósofos -parlanchines, les llamaron- que comenzaron a explicar el posible uso diabólico de las palabras
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Amnistía es una palabra preciosa. Luce plástica exquisita y sonido musical. Prueben a repetirla en voz alta: amnistía, amnistía, amnistía. Cualquiera podría creerse mejor persona. Es como magia. Ésta se esfuma al entrar en su etimología. Viene del griego 'amnestía': 'a' sin y 'mnésis' memoria. ... Sin memoria. Menuda papeleta. De ahí lo del alivio penal. Alivio, otra palabra preciosa, de aligerar, quitar peso. No está claro quién lo quita a quién cuando hablamos de gobernar.
Otra palabra elegante es beso -superada, a mi parecer, por el 'kiss' inglés y solo empatada por el 'bisou' francés-. Evoca belleza. Es un vocablo que llevamos milenios cargando semánticamente con dulzura y, por eso, el beso sólo puede ser bueno, inocente. De ahí que a algunos les cueste tanto condenarlo. Las palabras bonitas, alivio mental para quienes lo requieren. ¿Cómo va a ser malo un beso, con lo bien que suena? Muack. De ahí la fuerza de la expresión «el beso de Judas»: la traición es más desgarradora por el fuerte contraste con el angelical beso. La RAE nos saca de la trampa. Acepción primera: «Tocar u oprimir con un movimiento de labios...». Luego ya habla del amor y eso, pero si aislamos la descripción física, ya lo tenemos: tocamiento. Ahí se entiende mejor el otro asunto.
Los sofistas fueron aquellos primeros filósofos -parlanchines, les llamaron- que comenzaron a explicar el posible uso diabólico de las palabras. Sirven para sostener una idea y su contraria. Sólo hay que saber hacerlo. Hasta quienes defendemos que no tenemos nada mejor que las palabras y preferimos esa guerra a las otras, hemos de darles la razón. Vivimos hoy, quizá desde siempre, en la guerra de las palabras. Son las nuevas espadas y las viejas porque hieren o salvan, condenan o absuelven, conquistan, liberan, someten, ridiculizan o ensalzan... Por eso, los partidos se apropian de ellas: progresismo, ecologismo, feminismo, libertad, tradición, orden...
La herramienta es tan vieja como las primeras medio democracias. En tiempos de Pericles empezamos a enterarnos de para qué servía la retórica. Los sofistas enseñaron, cobrando -fue un escándalo-, a argumentar para atraer voluntades. Cuando le digo a mi admirada María José Solano, buena conocedora de las palabras, que una cosa es persuasión y otra manipulación, me pone en un brete: ¿cómo definir el límite claro y cristalino entre ambas? Me acuerdo de las monjas de mi internado, tan sofistas ellas: un día te sentaban en el equipo protaurino y a la semana siguiente en el anti. Y así con todo. No es una mala forma de escapar de lo que advirtió el sofista Gorgias: «La palabra es una gran dominadora». Hay que ponerlas en duda, usarlas y manosearlas desde todos los bandos posibles. No se me ocurre mejor forma de que no nos manipulen en esta guerra de palabras bonitas.