TIRO AL AIRE
Un fiscal y dos imperios: el de la Verdad y el de la Ley
Ninguno de mis datos será privado para la Administración si ya circula por ahí
Una de cada tres. En Moncloa más
Bancal de rosas marchistas
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Iniciar sesiónSi un dato deja de ser confidencial por aparecer en un titular, la privacidad ha muerto. Este es uno de los argumentos del voto particular de la sentencia condenatoria al fiscal general. De las 238 páginas de la sentencia, más de 50 son de ... voto discrepante. En él se insiste en que no son confidenciales datos que ya se conocen en la opinión pública. «Ya se habían difundido [por periodistas] y eran de público conocimiento», explican las dos magistradas sobre los datos incluidos en famosa, y clave de bóveda de la sentencia, nota de prensa. La frase, como ciudadana, me resulta aterradora: ninguno de mis datos será privado para la administración si ya circula por ahí. Como periodista, me abre una caja infinita de anzuelos. Podría pescar cualquier dato jugando al error. Pero no. Lo dice la misma sentencia 30 páginas antes de que Ana Ferrer y Susana Polo tomen voz: «El deber de confidencialidad del fiscal general del Estado -de cualquier funcionario del Ministerio Fiscal- no desaparece por el hecho de que la información que él conoce por razones de su cargo ya haya sido objeto de tratamiento público». Y continúa: «El que otros medios dispusieran del correo… no neutraliza el deber de confidencialidad. Sobre el señor García Ortiz pesaba un reforzado deber de reserva que quebrantó sin justificación».
Aún así, sigue habiendo quien defiende el (nuevo) derecho a combatir el bulo, algo así como una legítima defensa que permitiría matar la privacidad de nuestros datos.
En la sentencia, los jueces se salen de lo suyo para comparar: tampoco un médico puede confirmar un diagnóstico por mucho que los vecinos vean con sus propios ojos los síntomas del paciente.
Volvemos a los titulares. La tormenta informativa en la Fiscalía se desata por unas publicaciones erróneas sobre lo que está ocurriendo con González Amador. Para demostrar que no es así, se pone en marcha la maquinaria. Las mismas magistradas que sostienen que la nota «no sería delictiva porque ya se conocían los datos», reconocen información periodística errónea. Aquilatando verdades y confusiones, añaden que en el juicio hay periodistas que sí dicen la verdad. Y así, eligen a qué periodista creer y a cuál no. Pero los jueces no son árbitros de un imperio de la Verdad, sino de un imperio de la Ley. Somos los periodistas los que jugamos -junto con la audiencia- en esa liga de la verdad. Por eso se nos permiten atajos como el de la confidencialidad de las fuentes. En un procedimiento judicial, el partido se juega en otros términos: los del imperio de la Ley. Para que ésta se imponga se necesita de la verdad, pero, ni siquiera el uso de esa verdad está por encima de la propia Ley. Igual que la verdad de un caso no borra la legalidad de otro. Y así que la Fiscalía haya revelado información confidencial sobre sus supuestos delitos, no invalida que González Amador los haya podido cometer.
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