TIRO AL AIRE
Esperar primaveras
Hay un tipo de político que de tanto diseñar su estación ideal termina primaverado, asfixiado por su propio florecimiento
Querida Clara (8/3/23)
Presupuestos para multas (3/3/23)
Lucen los almendros ya en modo postal japonesa, aunque sean españoles, y se nota. Es el tiempo de los locos que dicen los que no entienden que el cashmere se lleve con sandalias y éstas con calcetines. Lo segundo es una maravilla pero se combina ... sólo en producciones de moda, en el extranjero o por los caminos. Lo aprendí en el de Santiago. Truco de peregrino experto: calcetines de hilo de Escocia con sandalias de trekking. Look antilujuria lo llaman mis amigas. Ríase la gente. Qué tormento con la elegancia, ajena, normalmente. Ésta no puede competir nunca con la belleza ingobernable, la que no se puede parar, ni dominar, la que te pasa sin que te enteres y, por eso, se espera eternamente. La primavera a la que cantó Machado, esa juventud nunca vivida, pero siempre anhelada. La que no sabemos si ya acabó o está aún por venir. Todos nos aferramos a ella. Hasta los ardientes defensores del frío, con quienes los partidarios del calor siempre estamos dispuestos a retarnos en duelo, salvo –la excepción, la regla– en esas noches urbanitas irrespirables a 40 grados.
Pero si alguien se atrinchera en la primavera son los políticos. Los que gobiernan porque parecen no ser conscientes de que ya están en ella. Los que no, porque sueñan con gobernarla, como si se pudiera. La ilusión de que serás el renacido y florido. Es la utopía primaveral. La que se esfuma al entrar en ella.
Hay un tipo de político, el soñador, que de tanto diseñar su estación ideal termina primaverado, asfixiado por su propio florecimiento. Nadie sabe cómo va a ser como gobernante hasta que gobierna, igual que no se puede saber cómo vas a ser cómo madre o padre hasta que lo eres. En ambos casos, siempre te sobrepasan tus esperanzas. Suele ocurrir cuando el político primaveral toca poder. ¿Qué son estas tormentas? «Esto no es lo que habíamos hablado», le espeta su voz interior. Los que no pueden dominarla terminan por exteriorizarla. Se han visto gobernantes hablando de sumar nuevas primaveras, que nunca serán diferentes de éstas, pero cualquier cosa menos asumir que es ahora.
Porque el titánico abril a todos llega, a todos altera. Acecha con los mismos peligros a quienes aún no gobiernan. Los hay que esperan pacientes su turno de esplendor, de gloria, de que brille su sol. Como si no fuera esa estación en la que se ha visto hasta nevar.
Porque la primavera es salvaje, traicionera, inmanejable. Las fotos de los almendros floridos, como los programas de los partidos, sólo muestran su luz, su brillo, su color. No su primor, su impulso loco, su explosión. Primavera y política, una cosa es soñarlas y otra vivirlas, echarse a sus caminos polvorientos con climatología imprevisible. Cualquier sencilla primavera puede hacer al político más pintón perder la elegancia. Imaginen si hablamos de primavera electoral.