TIRO AL AIRE

El cuarto propio de la mujer del presidente

Al contrario de lo que promulgaba Woolf, el cuarto de Begoña Gómez no es un cuarto propio. Es público

Adiós 'fake news'; hola 'fake persons'

Leer no te hace más rico

¿Qué tendrá que ver Begoña Gómez con el icónico ensayo sobre mujeres y libros de Virginia Woolf? Mucho. Ese cuarto propio en Moncloa lo pagamos todos. La habitación, la casa, la asesora y la wifi. No estamos aquí para discutir que Gómez no disfrute ... de tales servicios. Sí para que no se le olvide que, al contrario de lo que promulgaba Woolf, el suyo no es un cuarto propio. Es público. Esta cuestión, la de lo privado y lo público, es clave ahora que el juez ha pedido sus correos. Consideraremos vulneración de nuestras comunicaciones que se investiguen nuestros mails. Porque son privados. Pero, ¿si el mail es de Moncloa? ¿No se trata de una especie de correo oficial? Otra cosa es Gmail.

Tampoco defiendo que todo lo que diga la mujer del presidente por mail requiera de luz y taquígrafos. Habrá temas que no nos incumban. Es el sino de nuestros tiempos. Nos pasa a los autónomos: el mismo teléfono es el personal y el laboral. Y el ordenador. Y el mail. Solo que, en nuestro caso, nos lo pagamos cada uno. El puesto tecnológico propio.

Luego está la parte de la historia. O de la pena histórica. Con tanta tecnología, desconocemos muchos intríngulis del Estado. Nos iba a hacer más transparentes, pero nos hizo más oscuros. Ministros que se comunican por WhatsApp y abren chats de Telegram. Nada queda para la posteridad o lo que pueda hacer falta –hay quien hasta borra todo–. Resignémonos. No podemos huir de la tecnología. Aunque sea un desastre para la literatura. Como ya no hay cartas manuscritas, ni olemos aquellas fuentes documentales de ensueño. Pienso en las de María Antonieta que utilizó Stefan Zweig para su deliciosa biografía. No estoy comparando consortes, que quede claro. Sobre todo, porque la nuestra trabaja y tiene ingresos propios. Movidos, parece, desde su habitación propia. Digo, pública.

Como pública es su asesora. Y amiga. Tal cualidad no es accesoria. La comunicación fluye mejor con un amigo. Encima, es más fácil pedirle un favor a una amiga que a alguien que accede al puesto solo por méritos. Porque ¿cómo se va a negar el amigo si lo has colocado a dedo? El servicio, ante todo, fiel. El progresismo, tan conservador a veces aunque eso suponga ir contra la meritocracia. Chirría más que lo defiendan en los tribunales: «Eran favores», alega la defensa de Begoña Gómez por los mails que la asesora pública mandó por negocios privados de la mujer del presidente.

Sobre el servicio de Virginia Woolf ha escrito Alicia Giménez Bartlett. Su libro, basado en los diarios de una de las criadas de la escritora, pone el dedo en la llaga en la relación de la autora con su asistenta. Muy feminista la Woolf, pero ay los privilegios de clase. El libro se titula 'Una habitación ajena'. Quizá si Begoña Gómez hubiera tenido claro que la suya lo era, no se vería hoy así.

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