TIRO AL AIRE
Soy autónoma, ¿te hago Bizum?
Me das un billete y me quema en la mano. Si encima me toca pagar con él y esperar cambio, se me olvida toda matemática
Tus excusas son de ChatGPT
Diccionario de acepciones sanchistas
En la reunión general de padres de Segundo de Primaria, la profesora de Matemáticas del colegio nos pidió que lleváramos a nuestros hijos a la compra y les dejáramos pagar con dinero en efectivo: billetes, monedas... Como ahora ni los huelen, los críos están desacostumbrados ... al cálculo mental diario del cambio. Los adultos, también. A mí me pasa. He perdido la costumbre. Me das un billete y me quema en la mano, como si fuera algo malo. Si encima me toca pagar con él y esperar cambio, se me olvida toda matemática. Desde aquí, toda mi admiración a los de las chistorras, los soles, las lechugas y los folios. Encima de tener que manejarse en analógico en un mundo digital, se vieron obligados a inventarse un código clave. Doble trabajo mental. Para que luego digan que no nos gobiernan los mejores.
No sé si yo sería capaz. Bastante tengo con llevar a la niña al súper y rescatar el metálico. Pero defiendo el ejercicio. Además de para que aprendan lo que valen las cosas y se fijen en los precios, en mi casa, nos sirvió para añadir un segundo aprendizaje, tan importante como los demás. Habrán escuchado a más de un pequeño decir «pues ve al cajero» o «paga con tarjeta» ante nuestro «no nos queda dinero». Estos críos se creen que el de plástico es infinito. Ya me ha tocado explicar que el dinero lo gano trabajando –en varios sitios, porque una es autónoma–, lo que me abonan a cambio se guarda en un banco y éste me lo va dando poco a poco, según lo voy necesitando, hasta un límite. El de mis ingresos. Después de una o dos veces, la mayoría de los niños lo entiende. Está claro que el Gobierno, no. Ante la previsión de nuevas subidas de cuotas, se ve que piensa que a los autónomos no se nos acaban nunca los fondos. Considera que pueden pedirnos y pedirnos y nuestro cajero escupe y escupe. Como esos enanos a los que aún no les han contado de dónde viene el dinero. Una charla tan inevitable como la de dónde vienen los niños.
Al final, ninguna casa con hijos se escapa del «tú, ¿qué te crees, que soy el Banco de España?» Me advierten mis amigas con prole adolescente que yo lo diré pronto un día. Me cuentan que llega una edad en la que los herederos comienzan a hablarte menos en la vida real y a pedirte más Bizum por la digital. Por esa vía, lo sé, la comunicación es absolutamente unidireccional: sólo aflojas tú. Mira, otra vez como el Gobierno.
En mis tiempos de estudiante, cuando reclamaba un aumento de la paga mensual, mi padre tiraba de una frase recurrente. Sé que también la utilizaré con mi descendencia: «Cuando empieces a trabajar, entenderás lo que cuesta ganar dinero». Se me ocurre que, como recomendaban en el cole, los autónomos deberíamos llevarnos a alguna ministra a nuestros trabajos, a ver si así le salen mejor los cálculos.