TIRO AL AIRE

Aguaveranos

Igual que todos tuvimos un verano de nuestras vidas, o dos o tres, todos arrastramos, también, algún aguaveranos

La Jumilla que no come cerdo

Ripley en LinkedIn

Debería estar prohibido ser mala persona en verano. El calor es muy malo para sobrellevar los problemas que causan y no se sabe a quién le pueden fastidiar un verano idílico. Aunque quizá los únicos veranos idílicos sean los de la infancia. El 'dolce far ... niente' de los niños se interrumpe sin dejarse influir –influenciar– (aún) por tendencias tuiteras o tiktokeras. Veo a niños con la rayuela y el escondite y qué bien –por los padres– que estén lejos de las redes. Sus «me aburro» más que a una queja suenan a premio.

Los siguientes veranos idílicos son los de la adolescencia. Cuando la ola de calor interna es superior, en días, grados y pesadez, a las que hoy anuncia la Aemet. Cuando las verbenas, la piscina, las terrazas y los amores estivales curan casi todo. No es la perfección, pero se acerca. Aunque hay que trabajarla. Igual que todos tuvimos un verano de nuestras vidas, o dos o tres, todos arrastramos, también, algún aguaveranos. En mis tiempos se incluía aquel colega que, de tanto meter cizaña en la pandilla, se la acabó cargando. Por pura envidia. O porque todos tenemos complejos, pero algunos qué mal los manejan para sí y qué bien los proyectan en los demás. Estaba el que al día siguiente de una larga noche se iba de la lengua contando lo que no debía. Y aquel noviete que se dignó a dejarnos en pleno agosto, sin respeto alguno por la construcción de nuestra entonces (y ahora) insegura personalidad. También el pesado que se encaprichó de alguna amiga, no aceptaba los noes y nos obligó a dejar de ir a según qué sitios. A todos los intentamos ignorar en su momento. No pudimos del todo, pero sí en parte. No nos los llevábamos a casa. Se quedaban en la calle. Hoy, con las redes, no existe esa separación. Y si es difícil ignorar a un cafre real –nadie centra más la atención que el hater–, los virtuales todavía se incrustan más en la conversación. Lo impregnan todo. Aunque queramos no mentarlos, ya han sembrado. Querríamos olvidarlos, pero lo digital está en todas partes.

También en verano, por mucho que nos vendan lo del tiempo de desconexión. Los haters nos persiguen igual también en la vida adulta. Cambian los tiempos, pero el aguaveranos no se extingue. Detesta el buen estío de los demás. Como si envidiaran el disfrute cálido ajeno.

Los peores son los pirómanos. Les atrae el fuego, dicen, pero eso no es amor. Sólo puede ser odio. Hay pirómanos de fuego real y también de fuego ficticio. Se comenta que Óscar Puente ha borrado los tuits, pero todo un ministro de Transporte haciendo bromas pesadas con incendios no es un aguaveranos, es un pirómano. Lo llamarán política de confrontación, pero es política de odio. Aunque algunos sólo estén dispuestos a ver la viga que arde en partido ajeno.

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