TIRO AL AIRE
Ni agua
Son los grandes aeropuertos los espacios menos democráticos de Occidente porque se expulsa de ellos la vida real
Que no quedan marujas…
Defensa de la casquería
Nada explica mejor un gran aeropuerto que una botella de agua. Te obligan a tirarla a la entrada –como si nos sobrara, como si no hubiera sequía, como si fuéramos ricos– en nombre de una seguridad que engorda los bolsillos de cuatro. Una vez ... dentro, la misma botellita cuesta un porcentaje reseñable del salario/hora mínimo interprofesional.
No sé quién fue el primero, arquitecto, político o empresario, que decidió que los aeropuertos no debían ser de este mundo. Debían pertenecer a otro: más ficticio y menos humano. Y como sucede que lo que no está construido para el hombre está construido contra él, nuestros aeropuertos son espacios antipersona. Por eso, no deja de tener algo de justicia divina, arquitectónica o social, que en ellos puedan instalarse y pasar la noche centenares de personas indigentes.
No es que los aeropuertos no estén pensados para ellos, es que están pensados como si ellos no existieran. Porque en el aeropuerto no cuentas tú, cuenta tu tarjeta de crédito. El usuario no es la persona, es su dinero. Esto es algo que nadie ha entendido mejor que las aerolíneas 'low cost'. Y es lo que mejor explica por qué AENA está sobrepasada. Porque, en su mundo irreal de facturación exponencial todo indigente le es ajeno.
Sin embargo, se les han colado en el mega centro comercial del postureo. El gestor no entiende nada. ¿Cómo es posible? Si los hicimos inhabitables, ¿cómo puede nadie venir a vivir aquí? Los aeropuertos, templos de la ostentación donde hasta el 'souvenir' más humilde adquiere halo vip, son las grandes instalaciones del parecer –consumo, presuntuosidad…– sin ningún interés en el ser. Como para cuidar a necesitados.
A pernoctar, los indigentes vienen a pernoctar. De acuerdo, no será el uso original del aeropuerto pero tampoco es el invento de la pólvora. En España hay un apagón y las estaciones de tren se abren por la noche para la gente que necesite dormir en ellas. No nos parece tan raro –incluso el apagón, visto lo visto– porque las estaciones de tren (aún) son del pueblo. Pero los aeropuertos, ni hablar. En ellos esto no puede permitiste. Son para comprar perfumes y desembolsar el triple que en la calle por cualquier cosa. ¿Cómo puede entrar la calle aquí?
Por eso, prefiero la honestidad de una estación de autobuses, esos espacios por los que los políticos no se pegan si duermen indigentes. Allí no desentonan tanto, entre el bocadillo de tortilla en la barra del bar o el envuelto en plata de casa. La vida que no quiere AENA. La de la calle.
Son los grandes aeropuertos los espacios menos democráticos de Occidente porque se expulsa de ellos la vida real. Por eso, a los que entran sin plata no quieren ni verlos ni darles ni agua.