el retranqueo
Palabras bonitas
Sánchez no es ningún rehén del separatismo en busca desesperada de investidura. Actúa bajo una convicción personal
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Iniciar sesiónAhora que el independentismo se cansa de votarse a sí mismo y contempla en Sánchez a un soberanista más, el Gobierno empieza otro 'procés' basado en el metalenguaje como herramienta de hipnosis colectiva. Sánchez está limpiando el terreno de impurezas constitucionales con palabras bonitas, ... y nos inyecta un barroquismo retórico y hueco para transformar una claudicación ilegal en un dulce empalago 'democrático'. 'Alivio penal', lo llaman. Nos inculcan que le debemos una al separatismo, que el 78 es naftalina, que la represión fue cierta, que los jueces sentencian por odio, que no entendemos la plurinacionalidad, que España tiene alma federal y la chaqueta autonómica está raída, que la ley es maleable y que el comisariado del TC sabe más que tú, que todo es una farsa en la que nadie se «siente cómodo». Ahora debe ser el Estado agredido quien reconozca su error con el separatismo, al que hemos convertido en víctima de un sistema abusivo sin derechos. Esto de las risas entre Díaz y Puigdemont no es una negociación de votos, qué va. Es un gesto arrobado y subalterno con el que el Gobierno admite que nos pasamos de vueltas, que fuimos injustos, que su capacidad política quedó amputada, y que hoy debemos asumirlo con contrición y pucheritos.
No es Sánchez quien necesita ser investido; es el secesionismo quien necesita ser redimido con una petición de perdón por los daños que les hemos causado. Teníais razón y no supimos verlo. No es solo la investidura. En realidad es la rehabilitación del hijo pródigo al que se expulsó injustamente del sistema. Y para que podamos comprenderlo con grandeza democrática, nos regalan palabras sonoras con las que pagarles la deuda y «explorar todas las soluciones democráticas para desbloquear el conflicto». La expresión, para los no desmemoriados, tiene ese amargo tic batasuno de ayer y el tono de otro sepulcro blanqueado. Y llega Sánchez sin el coraje de decir alto y claro que sí, que cree en la amnistía, y nos edulcora el trágala con literatura de consultor, y nos habla de audacia, de apostar por el diálogo y la concordia, de avanzar en la convivencia. Lluvia fina de calabobos.
Hay una teoría para amantes del alpiste: Sánchez no comparte nada con el independentismo, reniega de la ruptura de España y huye de las cesiones de soberanía. Cualquier giro siempre resultará, naturalmente, conforme a la Constitución. Pero la realidad emite señales diferentes. La Constitución no es tal, sino lo que su TC de diseño dictamine con sus teorías creativas sobre la nación, interpretativas sobre la legitimidad, y de 'constructivismo' jurídico sobre la soberanía. Sánchez no es ningún rehén del separatismo en busca desesperada de investidura. Actúa bajo una convicción personal, un empecinamiento obsesivo, un convencimiento sincero de que España está mal dibujada y es un detritus en manos de una derecha irredenta ajena al progreso. Sánchez, socio cómplice, cree que ya no basta un cepillado para otro estatuto fallido y que es hora de aceptar al separatismo como al emprendedor que te ilumina. No actúa tapándose la nariz. En su iconografía mental, España no es la de esta Constitución encogida, acomplejada, inservible. Y como no la puede reformar de frente, la desmenuza con tropa mercenaria y palabras evocadoras. La vida, sin conflictos, con el pensamiento único, tu bol de arroz y tu billete de tren a un euro. La vida, en un piquito consentido con delincuentes. Sin rencores. Concordia y tal.
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