EL RETRANQUEO

El edredón de Liz

Empieza a ser desasosegante la percepción de que Europa no está pudiendo con su propia decadencia

Los profanos de los entresijos británicos descubrimos a Liz Truss un día bajándose del coche con una carcajada de boca abierta, mandíbula batiente y los ojos de quien convive con quince gatos en la cocina. La magia instantánea de un clic fotográfico la retrató como ... a cualquier triunfadora de la bonoloto enterada de su fortuna justo cuando iba al supermercado a por sosa cáustica para suelos difíciles. No cabía en sí de gozo, pero algo indicaba en su gestualidad que el parto ya venía de nalgas. Los británicos pasaron de un excéntrico ególatra que había perdido el control a base de charangas clandestinas en Downing Street, trenecito incluido, a una primera ministra con mirada inquietante, sonrisa de 'joker' y ademanes de doncella de mesa señorial.

Reapareció en lo que fue la última imagen con vida de Isabel II. Pero nadie tenía ni idea. Nos vendieron que era un sucedáneo de Thatcher con formas suaves y diplomacia severa, pero ha resultado ser un maniquí de té a las cinco. Un pulpo en un garaje. O peor, una delirante demostración de la liviandad, la inexperiencia y la frivolidad con que las democracias liberales deciden castigarse a sí mismas de vez en cuando en estos tiempos convulsos de capitalismo desgastado y globalización pandémica. Un bluf sin criterio, un junco en la campiña, un pececillo entre depredadores. Una víctima de su propia superficialidad.

Hay un populismo 'soft' de maneras suaves e incandescentes que resulta ser más inquietante aún que el populismo demente de arenga y fervorín irracional. Truss representa el fracaso de quienes atribuyen racionalidad a la aparente moderación porque cada error de un moderado vuelve a abocar al elector a optar entre extremos capaces de consagrar cualquier anomalía como alternativa. Si Truss era el pragmatismo solvente, flaco favor ha hecho al pragmatismo y a la solvencia. Europa vive un debilitamiento de las democracias clásicas porque las ideas se agotan, la temeridad se impone y la improvisación vence. Y hasta las infalibles recetas británicas se convierten en inservibles. Los mercados auparon a Draghi en Italia y los mercados están fulminando a Truss, cuya petición de perdón es inane porque el suyo es un resbalón que desnuda la trivialidad de un sistema de quita y pon, de relevos urgentes y de mediocridad.

Empieza a ser desasosegante la percepción de que Europa no está pudiendo con su propia decadencia, que las grietas se ensanchan, que los principios son reversibles, y que el sombrajo se cae. Europa se rompe por la cuaderna y el eterno conservadurismo británico, con su gravedad, con su aroma de eficacia y su plus de realismo, se convierte en un conservadurismo blandengue y quincallero. Truss anunció la mayor bajada de impuestos en un siglo. Pero el truco consistía en emitir deuda constante sin reducir el gasto improductivo e inútil, y hundió la libra en una tarde. Su medida estrella se fue por el sumidero del descrédito porque, torpeza de principiante, el gasto no se puede financiar infinitamente. Europa, como el Reino Unido, vive su resaca bajo un extraño magma de confusión, y nosotros, bajo el doble edredón de Montero. En cuanto se entere la buena de Liz en su cocina mientras rebusca gatos, nos copia.

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