La Tercera
Alberti y el flamenco
Rafael Alberti comprendió como muy pocos la potencia popular y poética del flamenco. Entendió ese canto que viene de la tradición y de lo popular, pero que es nostalgia, pena y alegría del amor, y también grito de libertad
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Se habla poco de la estrecha relación de la poesía y la música. Incluso en la enseñanza universitaria de estilística, apenas recuerdan que la métrica y la prosodia de los versos, las estructuras poéticas, son una reminiscencia evidente de cuando la poesía nació para ser cantada. Esta imbricación encauza a los grandes poetas en la tradición, en cierto sentido, memoria colectiva de la especie. Me atrevo a decir que cuanto más grande el poeta, más consciente de esta relación con la tradición de la poesía y la música.
Uno de los autores donde más claramente se aprecia este aspecto es el escritor portuense Rafael Alberti, del que el pasado abril se han cumplido cuarenta y ocho años, casi medio siglo, de su regreso del exilio. A él le debemos parte de la construcción de la democracia española, del entendimiento necesario entre opuestos que llamamos la Transición, referencial en muchos procesos de democratización en Hispanoamérica, por mucho que algunos sigan queriendo demolerla. Confundir, sin embargo, la filiación política y la obra literaria es, a mi juicio, un error, aunque la ideología pueda teñir parte del discurso intelectual de Alberti, en el que la tradición, la poesía barroca andaluza y el acervo popular, o el flamenco, tienen tanto peso o más que su ideología.
En esa tradición resulta fundamental la poesía de cancionero, que como su nombre indica se cantaba, pero también esa otra poesía popular, el flamenco, denostada hasta que Manuel Machado Álvarez, 'Demófilo', estudiara en serio su importancia y riqueza, marcando a todas las generaciones sucesivas, desde sus propios hijos, Antonio y Manuel Machado, a todos los grandes poetas de la Generación del 27, en la que está inmerso Rafael Alberti. Forma parte de esa corriente filosófica alemana, el krausismo, tendencia de corte idealista y del humanismo cristiano, que impregnó el pensamiento filosófico español, de Miguel de Unamuno a José Ortega y Gasset, y que fueron los cimientos de la Institución Libre de Enseñanza, dirigida por Francisco Giner de los Ríos.
Se ha estudiado mucho la relación de Alberti con los cancioneros, desde su primer libro, ya centenario, 'Marinero en tierra'. Todo parece apuntar a que el poema, 'Mi corza', con forma de canción tradicional, fue el germen inicial de todo el libro del poeta gaditano. Explica Alberti, en 'La arboleda perdida', cómo el compositor Ernesto Halffter, impresionado por la belleza del poema, le puso música, partitura que se reprodujo en algunas ediciones posteriores en el propio libro. Por el contrario, parece que profundizar en la relación de la poesía albertiana con el flamenco, más inicial y natural que la de sus lecturas cultas, está aún por analizar rigurosamente. Un rápido vistazo a los registros de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) confirma, sin embargo, el dato de que la poesía de Rafael Alberti es una de las más musicadas y, especialmente por parte del flamenco, ligeramente por encima de su contemporáneo Lorca.
Grandes nombres del cante jondo se han inspirado en él, de Enrique Morente a Vicente Amigo, de Miguel Poveda a Clara Montes, última en cerrar este idilio musical del poeta portuense con el flamenco en su último disco, 'Marinera en Tierra'. Montes musica canciones del primer libro de Alberti, y del último, 'Canciones para Altair', incluye, además, unas sevillanas inéditas del autor, estilo festero por antonomasia con el fandango y las alegrías, con el gaditano título de 'Sevillanas del Levante'. La serie de las nanas del primer libro albertiano son la adaptación poética de las nanas flamencas, en variaciones de la forma métrica de la seguidilla o siguiriya: «Ya la flor de la noche/ duerme la nana,/ con la frente caída/ y las alas plegadas». Con inteligencia, Clara Montes mete por alegrías poemas archiconocidos de Alberti como 'Si mi voz muriera en tierra', y por colombianas, con ese aire americano de ida y vuelta, 'Amor de Miramelindo'.
Existe una connaturalidad orgánica, real y biográfica de Alberti con el flamenco. Vivido desde niño y adolescente, pero también en su madurez, y compartido con figuras como Ignacio Sánchez Mejías, de quien era íntimo amigo, y con quien vive en su casa de Pino Montano, en Sevilla, fiestas flamencas en los días de fundación de la Generación del 27, en el mítico homenaje a Luis de Góngora que patrocina el torero y empresario. Hasta aquella casa sevillana, Sánchez Mejías llevó para entretenimiento de sus invitados, como Alberti, a Manuel Torres, el Niño de Jerez, uno de los míticos del flamenco de los años 20, acompañado a la guitarra por Manuel Huelva. A Mejías dedica Alberti un romance magnífico, 'Joselito en su gloria', y más tarde, tras su muerte, el libro, largo poema en realidad, 'Verte y no verte', lleno también de seguidillas y tientos flamencos. Toda la obra del poeta andaluz está pespunteada por el flamenco. En 'El alba del alhelí', sin ir más lejos, incluye, además del poema 'Joselito en su gloria', unas insólitas y magníficas seguiriyas con el título 'Seguidillas a una extranjera': «–Dinos cómo te llamas,/ flor extranjera./ –Entre los andaluces,/ la arrebolera». Incluso en uno de sus libros más nostálgicos y comprometidos, 'Coplas de Juan Panadero', aumentado años después con 'Nuevas coplas de Juan Panadero', es la forma de la seguidilla, la soleá, de la toná, la que prevalece como forma poética. Lo hace incluso en su compromiso con la democracia, para pedir el voto en el referéndum de la Constitución del 6 de diciembre: «Cádiz, hoy yo vuelvo a ti,/ no para que digas No,/ sí para que digas Sí./ Que es la misma afirmación/ que el sí a las Cortes de Cádiz/ la nueva Constitución».
El poeta Alberti comprendió como pocos la potencia popular y poética del flamenco. Entendió como muy pocos autores ese canto que viene de la tradición y de lo popular, pero que es nostalgia, pena y alegría del amor, y también grito de libertad. Por eso escribe: «Me hirieron, me golpearon/ y hasta me dieron la muerte,/ ¡pero jamás me doblaron!». Rafael Alberti, poeta andaluz y universal, hondo, como esa raíz poética que une lo culto y lo popular, y los funde, como los buenos cantaores lo metales de los cantes de fragua que suenan por martinetes.
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