tribuna abierta
Benedicto XVI, nadar contra corriente
Con la lectura de sus entrevistas se aprende mucho, se enriquece la visión de lo que ocurre en nuestro mundo, se ejercita un modo perspicaz de pensar y de mirar la realidad
Luis López Bellido
El presente título responde a uno de los últimos libros publicados sobre entrevistas periodísticas realizadas a Joseph Ratzinger, como Cardenal y como Papa (J.P. Manglano, Planeta Testimonio, 2011). A diferencia de los tres anteriores (Informe sobre la Fe, Vittorio Messori, BAC, 1985; La Sal ... de la tierra, Peter Seewald, Palabra, 1996; y Luz del mundo, Peter Seewald, Herder, 2010), en dicho libro se recopilan diferentes entrevistas realizadas al Cardenal y Papa, en diversos diarios, cadenas de radio y de TV de Italia, Alemania y Francia, por distintos periodistas de prestigio.
Al comienzo del mismo se incluye una frase del Cardenal Ratzinger que a mi juicio define en gran parte su atractiva e interesante personalidad: «No me gusta verme como un rigorista, pues me gustaría mantener el principio de la caridad, pero sí me veo como alguien a quien no le importa nadar contra corriente y resistir su empuje» (Welt am Sonntag, Alemania, 11-IV-1999). Esta afirmación recuerda la vieja locución latina «suaviter in modo, fortiter in re», que indica la conveniencia de conciliar la suavidad con la energía a la hora de gestionar los diversos asuntos de la vida; lo cual es un rasgo característico de la personalidad de Joseph Ratzinger.
Nunca antes en la historia de la Iglesia un Pontífice había respondido a preguntas en la forma de una entrevista directa y personal. No hay tema del que el Papa no quisiera hablar ya sea religioso o personal, aunque lo que más le gustaba es hablar sobre lo que desea transmitir a los jóvenes. Sus contestaciones son espontáneas, sinceras, valientes, atrevidas. Sus respuestas no eran previsibles (que no dicen nada, no comprometidas), sin miedo a poner el dedo en la llaga con conocimiento de causa. Ante las preguntas, su actitud era ofrecer diálogo, razones para discrepar, tratar de comprender. Además, en las entrevistas se sentía cómodo, destacando la frescura, sencillez y jugosidad de sus respuestas, lejos de la profundidad y la estructura de las encíclicas, por ejemplo.
En sus palabras se descubre la verdad, porque tienen que ver con la realidad que uno ha vivido o que experimenta, porque hablan del hombre verdadero del siglo XXI, de los problemas reales y auténticos, de planteamientos que enseguida resultan cercanos y serios. También verdad por que es sincero y coherente, se puede estar en desacuerdo, pero siempre resultará fácil descubrir la lógica de sus palabras a partir del hombre y de lo revelado por Jesucristo.
Con la lectura de sus entrevistas se aprende mucho, se enriquece la visión de lo que ocurre en nuestro mundo, se ejercita un modo perspicaz de pensar y de mirar la realidad y a los acontecimientos, se descubre la viveza y el sentido de la visión cristiana. No hace falta ser un experto para seguirlo, y sin embargo se viaja al núcleo de algunas cuestiones y realidades.
Muchos rasgos podrían destacarse de la personalidad de Benedicto XVI y su perfil humano, intelectual y espiritual, que están muy relacionados con su vida de infancia y juventud (orgulloso de haber nacido en un pueblo) y su formación teológica y académica como profesor universitario. Conserva la ingenuidad, la sencillez y bondad de su infancia; su afabilidad sorprende a todos los que le conocen y visitan.
En una entrevista para la Radio Vaticana en 2001, y tras hablar de la figura de Juan Pablo II con cariño y palabras muy elogiosas, la periodista le pide al Cardenal Ratzinger que si podría describirse a sí mismo, ¿Cómo se ve Ud.? El contestó: «… es difícil juzgarse a uno mismo. Sólo puedo decir que vengo de una familia muy sencilla, muy humilde, y por ello no me siento mucho cardenal, me siento un hombre sencillo. En Alemania vivo en un pequeño pueblo con personas que trabajan en la agricultura, en el artesanado, y allí me encuentro en mi ambiente. También busco ser así en mi función; si lo logro es algo que yo no puedo juzgar. Recuerdo siempre con gran afecto la profunda bondad de mi padre y de mi madre, y naturalmente para mi bondad implica también la capacidad de decir «no», porque una bondad que deja pasar todo no hace bien al otro; alguna vez la forma de la bondad puede ser también decir «no» y arriesgarse así incluso a la contradicción… Estos son mis criterios, éste mi origen; otras cosas deberían decirlas los demás».
De niño aprendió griego y profundizó muy pronto en el hebreo para poder leer la versión original de los textos de la Sagrada Escritura. Fue profesor de Teología en varias universidades alemanas, dominaba cinco idiomas, era miembro de varias academias científicas europeas y tenía ocho doctorados «honoris causa». Por su gran vocación de profesor, siempre le fascinó explicar a otras personas lo que acabada de descubrir, haciéndolo siempre en un lenguaje sencillo. Sus clases estaban siempre llenas y acudían alumnos de otras facultades. Su trabajo en el Concilio Vaticano II lo convirtió en estrella del firmamento teológico mundial, y ha escrito numerosos libros, algunos de ellos auténticos «best seller».
Tal vez, por encima de todo, en Benedicto XVI resalta que es un gran comunicador de ideas, en las que existe un equilibrio entre el diálogo y la verdad y se evidencia un gran conocimiento del hombre actual. Su forma de decir las cosas, en sus palabras y en sus escritos, es singular y de gran originalidad. Cuando se leen sus escritos sorprende siempre la agudeza, la perspicacia, la profundidad, la erudición, la inteligencia y la sencillez; fruto de una personalidad sencilla y sabia. Por ello, se ha dicho que Benedicto XVI pasará a la historia como el «Papa de la razón», como un hombre singular e interesante, que lo que dice o escribe se entiende y tiene interés y que con pasmosa naturalidad no siempre se posiciona a favor de lo políticamente correcto.
Para Peter Seewald, Benedicto XVI es un Papa «inusualmente fino e inconcebiblemente laborioso». Un hombre que arriesgaba con coraje, que mantenía viva su curiosidad. Un maestro de superioridad soberana y, además, incómodo, porque veía que estamos perdiendo cosas a las que en realidad, no se puede renunciar. En la precisión de su pensamiento y la esperanza que provenía de la fe, también se hace visible de forma especial un resplandor de la Luz del mundo, del rostro de Jesucristo, que quiere salir al encuentro de cada ser humano y no excluye a nadie.
Su posición fue siempre que la Iglesia no debe esconderse; la fe debe y puede ser explicada, porque es racional. Ha prevenido contra la pérdida de identidad, de orientación y de verdad, si un nuevo paganismo asumiera el dominio sobre el pensamiento y la acción de los hombres. Criticó la estrechez de miras de una «sociedad de codicia» que cada vez se atreve a esperar menos y ya no se atreve a creer en nada. En una Audiencia General (21/XII/2011) dijo: «… Al hombre contemporáneo, hombre de lo «sensible», de lo experimentable empíricamente, siempre le cuesta mucho abrir los horizontes y entrar en el mundo de Dios».
Benedicto XVI afirmó que hay que desarrollar una nueva sensibilidad para la creación amenazada y redescubrir lo auténticamente católico; reconciliarse con la naturaleza, con las demás personas y con Dios. Mostrar a las personas a Dios y decirles la verdad: la verdad sobre los misterios de la creación; la verdad sobre la existencia humana; y la verdad sobre nuestra esperanza, que va más allá de lo puramente terreno. «Se podrían enumerar muchos problemas que existen en la actualidad y que es preciso resolver, pero todos ellos sólo se pueden resolver si se pone a Dios en el centro, si Dios resulta de nuevo visible en el mundo».
Por último, en este breve análisis sobre los aspectos que más me han impactado del mensaje y de la personalidad de Benedicto XVI, me gustaría mencionar algunos de sus comentarios sobre el término «luz»; que le gustaba utilizar contraponiéndolo a la «oscuridad», a la noche. En sus homilías del Jueves Santo y de la Vigilia Pascual de una Semana Santa, expuso, con la originalidad que le es característica, una reflexión de gran belleza y profundidad. En una frase el Papa dice: «la noche significa falta de comunicación, una situación en la que uno no ve al otro. Es un símbolo de la incomprensión, del ofuscamiento de la verdad. Es el espacio en el que el mal, que debe esconderse ante la luz, puede prosperar». Por el contrario, afirma posteriormente «… la luz hace posible la vida. Hace posible el encuentro. Hace posible la comunicación. Hace posible el conocimiento, hace posible la libertad y el progreso. El mal se esconde».
«Por tanto, la luz es también una expresión del bien que es luminosidad y crea luminosidad. Es el día en el que podemos actuar. El que Dios haya creado la luz significa: Dios creó el mundo como un espacio de conocimiento y de verdad, espacio para el encuentro y la libertad, espacio del bien y del amor…». «La oscuridad amenaza verdaderamente al hombre, porque éste puede ver y examinar las cosas tangibles, materiales, pero no a donde va el mundo y de donde procede…».
«La oscuridad acerca de Dios y sus valores son la verdadera amenaza para nuestra existencia y para el mundo en general. Si Dios y los valores, la diferencia entre el bien y el mal, permanecen en la oscuridad, entonces todo las otras iluminaciones que nos dan un poder tan increíble, no son sólo progreso, sino que son al mismo tiempo también amenazas que nos ponen en peligro a nosotros y al mundo». «Hoy podemos iluminar nuestras ciudades de manera tan deslumbrante que ya no pueden verse las estrellas del cielo. ¿Acaso no es esta una imagen de la problemática de nuestro ser ilustrado? En las cosas materiales, sabemos y podemos tanto, pero lo que va más allá de esto, Dios y el bien, ya no lo conseguimos identificar. Por eso la fe, que nos muestra la luz de Dios, es la verdadera iluminación, es una irrupción de la luz de Dios en nuestro mundo, una apertura de nuestros ojos a la verdadera luz»
es catedrático emérito de Universidad
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