PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA
Victoria inmoral
La investidura que se vota en el Congreso es el último acto de un largo debate donde la corrupción intelectual ha hecho papilla a la ética
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Hay que reconocer que cuando a Sánchez se le mete una cosa en la cabeza no descansa hasta conseguirla. Por eso entiendo que muchos de sus hagiógrafos quieran que le veamos como un luchador incansable que ha sido capa de superar las diez pruebas de ... Hércules para conseguir, como el hijo de Zeus, el premio de la inmortalidad. 179 diputados volverán a acreditar su capacidad de supervivencia. De eso estuve hablando el otro día con unos amigos, y cuando se me ocurrió decir que Hércules y Sánchez se parecen como un huevo a una castaña porque el héroe mitológico se enfrentó a leones, hidras y jabalíes para expiar sus fechorías y el jefe del PSOE lo hace para ser rey de Micenas, la conversación acabó como el rosario de la aurora. Se me ocurrió recordar lo que dijo la semana pasada el bravucón García Page («en los actos de Sánchez hay mucha necesidad y ninguna virtud») y casi nos batimos en duelo a primera sangre.
Para algunos de mis amigos, la conducta de Sánchez es todo un ejemplo de espíritu de lucha, coherencia personal y valerosa determinación para frenar la amenaza que supondría la llegada al poder de los retrógrados de la ultraderecha. Otros, menos pretenciosos, coinciden conmigo en que no deja de ser la pataleta de un cabezón caprichoso que no renuncia a salirse con la suya a cualquier precio. Que aquella reunión deviniera en una justa de verduleros me dejó hecho polvo. Lo primero que pensé fue que la maldita investidura ya había sido capaz de exportar al conjunto de España los funestos efectos que provocó en Cataluña la exaltación del procés. Familias enteras tuvieron que prohibir las discusiones políticas en las sobremesas para preservar la unidad del grupo. Y aún así, muchas acabaron rotas. Luego me di cuenta de que no habían sido discrepancias ideológicas las que nos condujeron a la bronca. No habíamos estado hablando de política, sino de moral. De honradez, para ser exactos.
Tal como yo lo veo, un político honrado no es solo el que no mete la mano en la caja, sino el que se mueve por convicciones y las defiende aunque esté en minoría, el que hace una promesa y la cumple, el que no cambia su versión de la historia por pura conveniencia personal y el que respeta las reglas del juego. Sin eso no hay integridad política posible. La honradez es una exigencia intelectual. Sánchez se hizo célebre por su obstinada defensa del «no es no», pero ahora todos sus noes (a los pactos con Bildu o con Podemos, a la concesión de los indultos, al incumplimiento de las sentencias judiciales, al reconocimiento nacional de comunidades autónomas, al mediador internacional, a la amnistía y a tantas otras cosas) se han convertido en síes. ¿Por qué? ¿Por honradez? Pincho de tortilla y caña a que nos ponemos fácilmente de acuerdo en que la respuesta a esta pregunta no exige una reflexión política, sino moral. La investidura que hoy se vota en el Congreso es el último acto de un largo debate donde la corrupción intelectual ha hecho papilla a la ética.