pincho de tortilla y caña

Vendedores de crecepelos

Para juzgar su eficacia, a las pruebas me remito

Héroes de segunda

El 'procés' resucita

Hace unos días, mientras trataba de sobrellevar con discreción una velada familiar en casa de mis suegros, un cuñado en ciernes me interrogó a bocajarro sobre un fulano cuyo nombre me sonó a chino. Cuando le respondí que no le conocía, mi joven interlocutor puso ... cara de gran extrañeza. Me explicó que aquel tipo, además de ser candidato a las elecciones europeas, era muy conocido en las redes sociales porque se atrevía a denunciar las mangancias de los políticos –de todo pelaje ideológico– que los medios de comunicación convencionales silenciaban por falta de coraje. Confieso que ya solo por ese dato el fulano en cuestión me cayó de pena, aunque me abstuve de decirlo en voz alta para no empañar el ambiente de la sobremesa. En un clima de más confianza le habría dicho a mi futuro cuñado, un joven idealista lleno de entusiasmo, que en realidad estoy hasta el gorro de esos aguerridos bravucones que hacen alarde de atreverse a decir lo que otros callan por cobardía. Su discurso siempre es el mismo: como el sistema está podrido y los intereses creados impiden que la verdad se abra camino por los cauces convencionales, ellos son los únicos que pueden abrirnos los ojos. El mundo está en manos de tentáculos sombríos que sólo buscan forrarse a nuestra costa. Somos marionetas en manos de titiriteros malvados y corruptos que nos engañan, nos manipulan, nos explotan y nos empobrecen mientras ellos se hacen cada vez más ricos. Alguien tiene que pararles los pies y desenmascarar su satrapía encubierta. Y para lograrlo, naturalmente, ahí están ellos dispuestos a dar el do de pecho en beneficio de la humanidad indefensa. Nada nuevo bajo el sol. Que la política es una actividad cada vez más desprestigiada y que el grito de «no nos representan» sigue siendo un clamor en medio de un creciente desencanto social es algo que admite pocas dudas. Y que los jóvenes idealistas aplauden siempre el discurso antisistema de quien se atreve a decir «se acabó la fiesta», tampoco. Lo hemos visto muchas veces. La última, el 15-M. De aquellos polvos vinieron los lodos de Podemos. Querían promover una democracia más participativa, acabar con la podredumbre de la casta, poner los medios de comunicación al servicio de las verdaderas inquietudes del pueblo y doblegar el dominio de los bancos. Pocos años después han acabado como todos sabemos. Antes que ellos también saltaron a la palestra otros redentores del mismo estilo como Jesús Gil o Ruiz-Mateos. Para juzgar su eficacia, a las pruebas me remito.

No sé qué es peor: que yo no conozca al fulano en cuestión que se presenta a las europeas disfrazado de caballero sin espada (lo cual demuestra la magnitud de mi desengaño) o que haya jóvenes ingenuos que aún sigan creyendo en los los vendedores de crecepelos que nos muestran las escenas de algunos westerns. Me aposté una comida a que aquel tipo no se comería un colín el 9 de junio pero no estoy nada seguro de ganar. Pincho de tortilla y caña a que, por desgracia, los vendedores de crecepelos aún tiene cierta clientela entre el público entusiasta.

Artículo solo para suscriptores
Tu suscripción al mejor periodismo
Anual
Un año por 15€
110€ 15€ Después de 1 año, 110€/año
Mensual
5 meses por 1€/mes
10'99€ 1€ Después de 5 meses, 10,99€/mes

Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras

Ver comentarios