pincho de tortilla y caña
El turrón que se acaba
No hay ningún poder del Estado, desde que él se abrazó a la lira de Nerón buscando la sonrisa de las musas, que no esté envuelto en llamas
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Iniciar sesiónEl turrón también es una medida de tiempo. Como los cortes de pelo o los telediarios. Un ejemplo: ¿cuántos turrones se comerá todavía la idea de España que heredamos de nuestros padres? Respuesta: depende de los cortes de pelo que le queden a Sánchez como ... presidente del Gobierno. Y mucho me temo que serán todos los que permita el apoyo independentista de ERC. Si después de las próximas elecciones el consorcio Frankenstein alcanza los 176 escaños hay Sánchez para rato. A estas alturas todo el mundo sabe que el presidente solo puede caer por una de estas dos razones: o porque las urnas le manden a la bancada de la Oposición o porque, una vez revalidada la mayoría absoluta, se niegue a guiar a sus socios a la tierra prometida, que diga lo que diga el juez Marchena tiene de ensoñación lo mismo que yo de tigre de Bengala. Reconozco que esta segunda hipótesis suena a cuento de Navidad, pero como estamos en fechas tan señaladas merece la pena tomarla en consideración, aunque solo sea como hipótesis fantástica.
¿Qué pasaria si el Scrooge de La Moncloa, en un arrebato de cordura navideña, decidiera plantarse ante las exigencias de sus socios y se convirtiera, descabalgado por una luz cegadora, en el cancerbero de la España que describe la Constitución? Ni todo el ingenio de Dickens sería capaz de concebir un final alternativo a este: que el Gobierno se iría a pudrir malvas y su defunción se convertiría en el esperpéntico estrambote del poema trágico que ha ido escribiendo el bardo de La Moncloa durante el tiempo que ha controlado el BOE. No hay ningún poder del Estado, desde que él se abrazó a la lira de Nerón buscando la sonrisa de las musas, que no esté envuelto en llamas.
El Congreso (porder Legislativo) se ha convertido en una cámara de monos sabios –mudos, ciegos y sordos– donde el debate parlamentario ha sido sustituido por la tramitación express de las proposiciones caprichosas o los decretazos habituales de un Gobierno (poder Ejecutivo) que, a su vez, se ha erigido en el único intérprete legítimo de la ley. Los tribunales de justicia (poder Judicial) solo son respetables si no le llevan la contraria. Los jueces indóciles son fachas con toga o machistas irredentos que esconden en la bocamanga de sus ropones encajes de bolillo para mandar a hacer puñetas la supremacía de la soberanía popular. Y además, los magistrados del TC están al servicio de un golpe de Estado urdido por la derecha reaccionaria, que mueve los hilos en la sombra mientras fuma vegueros trasatlánticos y se prueba tricornios frente al espejo. Nunca, que yo recuerde, un Gobierno ha hecho tanto en tan poco tiempo para dejar a los pies de los caballos las instituciones democráticas de un Estado de derecho. ¿Que cuántos turrones se comerá la idea de España que heredamos de nuestros padres? Pincho de tortilla y caña a que, si Sánchez sigue en la sala de mapas de la cosa pública, no serán demasiados.
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