PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA
El tragaldabas
A mi juicio la respuesta correcta a la pregunta de si España se rompe es sí
Ruido (11/10/2023)
Intriga (4/10/2023)
Un buen día descubrí que a los presidentes del Gobierno les preocupa mucho que durante su mandato se derrumbe el acueducto de Segovia. Me lo confesó José María Aznar durante una cena veraniega a finales de los 90. «Pasar a la historia con ese ... baldón sería insoportable», me dijo. El recuerdo me viene a la cabeza cada vez que le oigo decir a Sánchez, o a alguno de sus voceros distinguidos, que España no se rompe. El acueducto segoviano es más antiguo que la Nación española, pero tengo para mí que ninguno de los dos tiene garantizada su pervivencia eterna. No son irrompibles. Y si alguna vez se vienen abajo no creo que sea por culpa de una acción premeditada. Mi imaginación, por muy calenturienta que sea, aún no es capaz de concebir a un poncio enloquecido dando la orden de demoler a propósito un monumento que lleva en pie dieciocho siglos. Tampoco visualizo a ningún político estampando su firma en un documento que promueva literalmente la cancelación de la idea de España. Si la hecatombe se ha de producir no será por una razón tan explícita, sino más bien como consecuencia de un proceso de progresivo debilitamiento, en un caso de las estructuras de la arquería de piedra y en el otro de la solidez del Estado. A mi juicio la respuesta correcta a la pregunta de si España se rompe es sí. La fractura, además, será irreparable si los muros de carga del edificio institucional siguen depauperándose.
La razón que aduce el Gobierno para justificar su política de trueques con los independentistas es que Cataluña está mejor ahora que en 2017. Yo difiero. Lo suyo, en todo caso, sería decir que el orden público en Cataluña ha mejorado desde entonces. Es verdad: ya no arden contenedores ni hay brigadas de CDR rompiendo el mobiliario urbano de Barcelona. Tampoco hay manifestantes encaramados a los coches de Policía ni cadenas humanas rodeando el edificio del Parlament. Ninguna de aquellas escenas, y de otras equivalentes, se ha reproducido desde que Sánchez llegó a La Moncloa.
Pero Cataluña es mucho más que un clima social. Para los agitadores que incendiaron las calles hace cinco años es un territorio que aspira a convertirse en una república independiente y para los defensores de la Constitución es la segunda región más importante, poblacionalmente hablando, de la Nación española. ¿Cuál de esas dos ideas de Cataluña goza de mejor salud desde que gobierna Sánchez? No creo que se pueda discutir la afirmación de que los partidarios de la primera son más influyentes que nunca (de hecho tienen la sartén de la investidura cogida por el mango), y que los defensores de la segunda están a merced de las tragaderas de un sujeto que ha ido adaptando su aparato digestivo a platos cada vez más indigestos. No quería gobernar con Podemos, ni reunirse con Bildu, ni oir hablar de indultos, ni abaratar el castigo de la malversación, ni permitir que Puigdemont eludiera la acción de la justicia, ni admitir la constitucionalidad de la amnistía. La musculatura independentista ha conseguido que incumpla todos y cada uno de esos principios. Pincho de tortilla y caña a que no será el último.