PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA
Sicofonía nostálgica
Vox, hasta ahora, no se ha ganado el derecho a ser recordado como un partido conciliador
Nadie jamás en ninguna parte (16/3/2023)
Más difícil todavía (9/3/2023)
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Iniciar sesiónEn más de una ocasión la voz del nonagenario Tamames pareció la sicofonía de un fantasma del año 77, cuando el Congreso de los Diputados se convirtió en lugar de encuentro de los reformistas del Régimen y los rupturistas que habían aguardado, extramuros del sistema, ... a que la dictadura estirara la pata consumida por la vejez. Unos y otros llegaron a sus escaños con la lección aprendida de no establecer un forcejeo entre buenos y malos. La Transición fue, en buena medida, un ejercicio de amnesia colectiva que renegó del maniqueísmo y encontró en la idea de la Nación el fundamento de la libertad. Los socialistas arriaron la bandera republicana, enarbolada hasta el final por Luis Gómez Llorente, y la mayoría de los diputados vascos y catalanes votaron en contra del derecho de autodeterminación que reivindicó Francisco Letamendía desde las filas de Euskadiko Ezquerra. Esos fueron algunos de los ingredientes del espíritu del 78: amnesia, Monarquía parlamentaria y unidad.
De aquello no queda casi nada. Si en lugar de ser Tamames es cualquier político de la generación actual quien se atreve a decir que la ley de memoria histórica es una barbaridad perpetrada por intrusos que socava los cimientos que estableció la Transición y que puestos a contar la verdad fue Largo Caballero quien más contribuyó al estallido de la guerra civil y que en ambos bandos se cometieron atrocidades equiparables, a estas horas aún lo están persiguiendo a gorrazos por la Carrera de San Jerónimo todos los wokes de la constelación de Internet. Pero la nostalgia es un sentimiento inútil que solo sirve para embellecer los recuerdos. Tamames, digan lo que digan sus hagiógrafos, nunca fue un icono de la Transición aunque durante dos días haya encarnado ese papel más feliz que unas pascuas. En su caso tal vez tenga un pase. Lo que no lo tiene es que haya sido Abascal quien le haya brindado la oportunidad de ejercitar ese pavoneo retrospectivo. Vox, hasta ahora, no se ha ganado el derecho a ser recordado como un partido conciliador. En su descargo diré que ni él, ni ninguno. Ciudadanos lo intentó y los resultados saltan a la vista.
Por lo demás, extravagancias aparte, esta moción de censura ha servido para varias cosas. Como un relámpago que ilumina durante unos segundos la oscuridad de la noche hemos visto a un Sánchez renqueante apoyado en el hombro de Yolanda Díaz -como si fuera Tamames sostenido por el ujier–, a sus satélites independentistas martilleando con saña cualquier recuerdo del espíritu del 78, a Podemos fuera de cuadro, al PP haciendo funambulismo a la gallega y a Abascal sin arremangar y con todos los botones de la camisa abotonados hasta la nuez hablando como el hombre que susurraba a los caballos. No sé si quiso encarnar ese papel para no alejarse demasiado del estilo del candidato que proponía como alternativa a Sánchez o porque estamos ante la epifanía de un Vox con menos decibelios. Pincho de tortilla y caña a que la duda se desvanecerá enseguida.
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