pincho de tortilla y caña

Robar un beso

Si es verdad lo que cuenta la ficción, la iniciativa ha cambiado de bando y ahora son ellas las que marcan el ritmo de las primeras escaramuzas

Arengas

Damisela en apuros

Envidio a esos hombres que beben los vientos por mujeres tumbativas y son capaces de ganarse su afecto sin mover un dedo. No sé si en los tiempos que corren las cosas del querer funcionan como cuentan las películas, pero si es así lamento habérmelo ... perdido. Cuando yo era joven, el cortejo exigía del varón una dosis considerable de audacia que a veces acababa en bofetada si no interpretabas bien las señales de las maniobras de aproximación. Había algunos valores sobreentendidos que fijaban las reglas. Uno de ellos era que la iniciativa corría a cargo de la parte masculina y que a la femenina le correspondía ofrecer alguna resistencia para dejar claro que su virtud no estaba en almoneda. Encontrar el punto de equilibrio no era fácil, pero en esa dificultad radicaba el encanto del juego. Había noes que no significaban exactamente eso, aunque admito que defender esta tesis, en los tiempos del 'sólo sí es sí', me puede acarrear algún disgusto. Hay expresiones que entonces eran habituales y que ahora parecen anatemas sociales. Una de ellas era 'robar un beso'. No se trataba, por supuesto, de obligar a una chica a que hiciera algo contrario a su voluntad –y solía ser bastante evidente cuando se daba esa circunstancia–, sino de rendir la impostura que venía impuesta por las reglas de la decencia. El papel del galanteador (creo que hacía mil años que no utilizaba esa palabra) consistía en demostrar que el interés por la dama no era fácil de embridar, aunque estuviera claro desde el principio que la ley del respeto iba a acabar imponiéndose en el momento de la verdad. La actitud contraria, la del pánfilo incapaz de dar el primer paso, solía provocar en las mujeres de mi generación un desencanto mortífero. Ahora ya no es así. Si es verdad lo que cuenta la ficción, la iniciativa ha cambiado de bando y ahora son ellas las que marcan el ritmo de las primeras escaramuzas. Hay muchos ejemplos cinematográficos que lo demuestran. Pondré el último que he visto. En 'Horizon', Sienna Miller encarna el papel de una mujer, Frances Kittredge, que sobrevive con su hija a un ataque de los apaches y es acogida por la caballería estadounidense. Un teniente se fija en ella y cae rendido a sus pies, aunque no hace gran cosa por demostrarlo. Lo que más le preocupa es la posibilidad de estar alimentando habladurías que puedan poner en peligro la reputación de la joven viuda. Un día se sincera: «Espero no haberme comportado de forma indebida», le dice. Y ella le contesta: «Se ha portado usted como un caballero, aunque le confieso que en el fondo esperaba que en algún momento dejara de hacerlo». Dicho lo cual, le empotra un beso digno de Hitchcock y se queda más ancha que larga. La escena es envidiable, pero inverosímil. En 1859 las cosas no sucedían así. Pincho de tortilla y caña a que, al escribirla, Kevin Costner –que tiene los mismos años que yo– también ha querido robar un beso, pero en este caso a las inquisidoras de lo políticamente correcto.

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