pincho de tortilla y caña
Pop art
Si algo he aprendido de las grandes exposiciones es que, más allá de la contemplación de la obra, lo fundamental es el selfi
Vuelta al cole
Oración al dios de la lluvia
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónAyanta Barilli está empeñada en que vaya a ver una exposición retrospectiva de la obra de Alfredo Alcain, uno de los representantes más destacados del pop art en España. Mientras trataba de convencerme debió advertir que había topado con un hueso duro de roer ... porque en un momento dado, para vencer mi resistencia, me dijo: «La entrada es gratuita». Sonreí, un poco humillado por haberle dado la impresión de ser tan cutre, y traté de explicarle que de acuerdo a mi corta experiencia en las exposiciones la gratuidad es lo de menos: lo verdaderamente caro es el ambiente. Las grandes exposiciones suelen anunciarse con carteles elegantes, catálogos de tapa dura, inauguraciones abarrotadas de autoridades y reseñas eruditas en los suplementos culturales de los periódicos. Toda esa liturgia me provoca el mismo vértigo que las cartas de los restaurantes que prometen experiencias gastronómicas innovadoras. En cuanto las leo intuyo que voy a pagar por mirar más que por probar. El problema no es la obra, sino el envoltorio. En España hemos desarrollado una curiosa forma de vivir la cultura: o la reducimos a espectáculo de masas con 'merchandising' de quiosco, o la elevamos a vitrina de lujo donde lo importante no es lo que ves, sino que te vean viéndolo. Las pocas veces que acudo a una exposición –un ejemplo el mío, lo reconozco, muy poco recomendable– veo colas ordenadas, murmullos respetuosos y un ejército de móviles buscando el ángulo perfecto para acreditar en Instagram sensibilidad estética. Si algo he aprendido de las grandes exposiciones es que, más allá de la contemplación de la obra, lo fundamental es el selfi con el logo del nombre al fondo. Como dice un amigo mío: «La cultura en España la mide el algoritmo». Es verdad que, en teoría, el pop art no debería responder al mismo patrón. Es un movimiento que surgió como respuesta al arte elitista. Sus creadores se apropiaron de los objetos y las imágenes de la cultura de masas y se propusieron transformarlos en piezas artísticas. Menos glamur, pero más cercanía. El problema es que tampoco soy capaz de conectar con esa corriente que, so pretexto de sustituir la cultura de altos vuelos por otra más cotidiana, enmarca sujetadores clavados en una tabla, exhibe imanes de nevera en una vitrina o coloca en un pedestal un gato de la suerte que mueve sus piernas con ritmo mecánico y vende la colección como si fuera el último grito de la creatividad humana. Esperanza d'Ors, que fue una de mis profesoras en la universidad, me advirtió de que algún día me arrepentiría de no saber nada de arte. El tiempo le ha dado la razón. Soy un absoluto ignorante en esa materia. Cuando alguien me pide que lo defina suelo responder que es el esfuerzo por atrapar la belleza de un instante irrepetible. No sé si eso se acerca a la definición canónica, pero mis entendederas no dan para mucho más. Pincho de tortilla y caña a que después de leer esta columna Ayanta ya no me invita a más exposiciones. Es lo que tiene ser un palurdo.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete