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PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA

Una grieta en la roca

El cónclave tendrá que elegir entre pacificar la división interna o seguir adelante con los faroles, apostando por un representante del sector continuista

Torrijas

La olla de Pumpido

Luis Herrero

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Aún no he pasado por esa experiencia pero creo que morirse tiene la ventaja de que mitiga los malos recuerdos de las personas que te han denostado en vida. En España enterramos bien. No abundan los obituarios denigratorios. Antes que hablar mal del muerto preferimos ... guardar piadosos silencios. Eso es, en términos generales, lo que ha hecho la derecha con el Papa Francisco. Ni fustazos ni caricias. La izquierda, en cambio, se ha abonado al panegírico. Habrá quien piense que ese hecho ya es por sí mismo suficientemente elocuente. Y puede ser que estén en lo cierto. Bergoglio ha sido un signo de contradicción durante todo su pontificado. Desde que se negó a calzar las zapatillas rojas, a usar el manto papal y a no dormir en el Palacio Apostólico del Vaticano dejó claro que reclamaba un ámbito de libertad personal que no iba a gustarle a todo el mundo. En especial a los miembros más distinguidos de la curia romana y, por extensión, a los católicos más convencionales. Cuando extendió esa apuesta al terreno dialéctico, armó la marimorena. Francisco no sólo hablaba a la usanza bonaerense, intrépida y coloquial, sino que además era bastante dado a opinar de casi todo. De lo divino y de lo humano. De lo divino no digo nada. De lo humano, sí. Se metió en tantos jardines que no eran de su estricta jurisdicción pastoral que consiguió que le llamaran de todo menos bonito. A los católicos cachazudos eso nos daba bastante igual, pero a los menos cachazudos, y sobre todo a los que no son católicos y no saben distinguir el grano de la paja (lo pastoral de lo temporal) les provocaba urticaria. Con esa predisposición poco favorable en buena parte del público, el Papa humedeció la yema del dedo índice para saber por dónde soplaba el viento de la sociedad actual y actuó en consecuencia. Llevó a los debates sinodales cuestiones tan espinosas como la de los divorciados vueltos a casar, las parejas de homosexuales o el diaconado femenino y abrió una brecha en el seno de la Iglesia de tres pares de narices. Algunos, como los obispos alemanes, aún le pedían que llegara mucho más lejos y otros, como los africanos, que tascara el freno antes de que la brecha se agrandara. Por eso para unos pasará a la historia como un Papa timorato y conservador y para otros como todo lo contrario. El problema es que los debates abiertos no se han cerrado y el colegio cardenalicio, cuando comience el cónclave, tendrá que elegir entre pacificar la división interna, eligiendo a alguien que enfríe los ánimos, o seguir adelante con los faroles, apostando por un representante del sector continuista. No tengo una bola de cristal ni soy especialista en la materia, pero pincho de tortilla y caña a que, si se impone la primera opción, el nuevo Pontífice será un asiático (impávido y poco hablador) y si se impone la segunda será un italiano (gesticulante y parlanchín). En todo caso, da igual. Mateo 16.18: «Sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella».

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