pincho de tortilla y caña
Frente al dolor
Nada hay más desgarrador que la pérdida de las personas que amamos. Cada vez que eso ocurre la vida parece perder parte de su sentido
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Iniciar sesiónEL hombre se mide frente al dolor. En otro tiempo nos educaban para encararlo con reciedumbre. Cuando tenía 11 años tuve un ataque agudo de apendicitis. Me revolvía en la cama y no paraba de quejarme. Mi padre creyó que exageraba y me abroncó para ... que dejara de comportarme como un histérico. El médico tardó en llegar más de lo habitual porque ese miércoles se celebraba el referéndum de la Ley Orgánica del Estado y Franco lo declaró día festivo. Cuando por fin me palpó el costado dijo que estaba a un cuarto de hora de padecer una peritonitis. Ni corto ni perezoso, mi padre me cogió en volandas, me acostó en la parte trasera de su coche y me llevó al hospital mientras tocaba el claxon y asomaba un pañuelo blanco por la ventanilla.
Durante los días siguientes la mala conciencia aun le asomaba al rostro cada vez que venía a preguntarme cómo me encontraba. A pesar de lo injusta que había sido su advertencia, la lección se me quedó grabada y desde entonces no soporto a los futbolistas que se revuelcan por el césped como si les estuvieran abriendo en canal cada vez que reciben una patada. Ahora es incorrecto escribirlo, pero lo cierto es que me parecen unas nenazas. En mis tiempos se decía así.
Existe otra clase de dolor, que nada tiene que ver con las magulladuras o los cólicos miserere, que mide algo más que la reciedumbre humana. Mide su categoría moral. En ese sufrimiento es donde los hombres forjamos el alma. Nada hay más desgarrador que la pérdida de las personas que amamos. Cada vez que eso ocurre la vida parece perder parte de su sentido. ¿Para qué abrir los ojos cada mañana si ya no podemos ir a su encuentro, ni escuchar su voz, ni recibir el calor de su aliento?. Me gustó la respuesta que un viejo soldado, curtido en la guerra, le da a una chica joven que acaba de perder al primer amor de su vida en el sexto capítulo de una serie –'1883'– que ningún aficionado al western debería perderse. «Te contaré un secreto –le dice–. Te contaré por qué sigo respirando. Me dirijo al océano. Un explorador apache me dijo una vez que cuando amas a una persona intercambias con ella un trozo de tu alma. Ella coge un pedazo de la tuya y tú coges uno de la suya. Cuando tu amor muere, un pedacito de ti muere también. Por eso duele tanto. Pero el pedacito de su alma sigue dentro de ti y puede usar tus ojos para ver el mundo. Así que yo llevo a mi esposa al océano y me voy a sentar en la playa para dejar que ella lo vea. Ese era su sueño. Y entonces iré a verla. Ese es ahora mi sueño».
Pincho de tortilla y caña, Fernando, Georgina, Irene, Luis y Javier, queridos hijos, a que vuestra madre ve ahora el mundo a través del pedacito de su alma que lleváis dentro de vosotros, y se siente tan orgullosa como yo. Ese era su sueño. Y también el mío.
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