pincho de tortilla y caña
Empiezan las tortas
Los dos se tienen cogidos por salva sea la parte y ambos corren el peligro de convertirse en eunucos
El descrédito (24/1/2024)
No se puede (17/1/24)
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Iniciar sesiónPara que el Gobierno pueda decir que ha quedado acreditado que aún tiene límites que no franquea por dignidad torera, se ponga Junts como se ponga, hará falta que su postura de no apoyar la extensión de la amnistía a cualquier delito que los jueces ... puedan tildar de terrorismo o de alta traición se mantenga tal cual durante los nuevos trabajos de la ponencia, obligada a tejer de nuevo el texto legal que contra todo pronóstico se destejió en la votación del martes. En condiciones normales no tendría ningún sentido pensar que Sánchez le vaya a dar dentro de dos semanas lo que le ha negado en las últimas horas. Lo lógico, si en su cabeza anidara la idea de la claudicación, hubiera sido aceptar las enmiendas que Puigdemont incluyó en su último trágala y ahorrarse el bochornoso espectáculo de decir hoy que no para tener que decir a los pocos días lo contrario. Pero ni lo que está pasando es normal, ni admite la lógica como método de análisis.
La situación creada coloca a unos y otros, socialistas y posconvergentes, al borde de perder lo que más ansían. Si Sánchez no cede a la extorsión del prófugo de Waterloo se queda sin presupuestos, que es lo mismo que decir sin legislatura. Y si las exigencias de Junts no se moderan, Puigdemont se queda sin la amnistía, que es lo mismo que decir sin la posibilidad de volver a pisar Cataluña durante el resto de su vida. Los dos se tienen cogidos por salva sea la parte y ambos corren el peligro de convertirse en eunucos. Llegados a este punto solo pueden pasar tres cosas: que se enquisten las posiciones y la ley no se apruebe nunca, que ceda el Gobierno y la ley prospere al segundo intento como quiere Puigdemont, o que sea él quien se arrugue en el último momento por presión de los amnistiables que se quedan en la estacada y la ley acabe publicándose en el BOE tal como llegó al Congreso el pasado martes.
En el primer supuesto, todos pierden. Unos la impunidad por sus fechorías secesionistas y otros el sueño de seguir durmiendo muchas más lunas en la pradera del poder. En las dos hipótesis restantes, alguien se tiene que comer el orgullo. O lo hace el de siempre, bajándose aún más los pantalones para seguir correteando por el jardín de La Moncloa, aunque sea con el culo al aire, o lo hace el que hasta ahora se ha vestido por los pies para alejar de sus pesadillas la amenaza de recalar en el trullo. Si finalmente es esta la solución que se impone auguro serios quebrantos en los pabellones sanchistas. Cuando Puigdemont tenga la amnistía en la alforja se cobrará las enmiendas rechazadas y la humillación de haber tenido que rebajar sus pretensiones elevando la negociación presupuestaria a la categoría de subasta para pródigos. Lo del martes no fue una escaramuza más de dos pillos condenados a entenderse, sino la primera entrega de un culebrón que acabará a tortazo limpio. Pincho de tortilla y caña a que dos monos con pistolas no harían más incierto el desenlace.
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