pincho de tortilla y caña
El diván del psiquiatra
Sin el concurso de ministros tornadizos, diputados pastueños o magistrados bizcochables, el edificio institucional resistiría
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Iniciar sesiónLlevo varios días luchando con la tentación de tirarme en plancha en el diván de un psiquiatra para que me ayude a averiguar por qué el consumo diario de información política me tiene tan taciturno. Soy otro desde que sigo los pormenores de la investidura. ... Pero no se equivoquen, no creo que mis alifafes emocionales tengan mucho que ver con la actitud de los que venden sus votos a precio de oro. Entiendo a los independentistas y me inclino a pensar que yo, en su pellejo, haría exactamente lo mismo. La llave del poder, que es el artículo que venden, tiene el valor de mercado que ellos reclaman: amnistía, referéndum, condonación de la deuda, Rodalíes, relator y todos los huevos duros que quieran pedir de postre. Pero eso no significa que el PSOE esté obligado a comprar. Y, sin embargo, se dispone a hacerlo. Ese es el problema.
Llegados a este punto, el psiquiatra en cuestión me diría que lo que me tiene cabizbajo es el resultado previsible de la transacción que se avecina. Es decir, el presentimiento de una España distinta a la que heredé de mis padres, y ellos de los suyos, donde el aprecio por lo común, sin particularismos aldeanos, amparaba el derecho a convivir libremente, en pie de igualdad, con el resto de nuestros paisanos. Y no digo que eso no me duela. Claro que sí. Pero no es lo que me tiene chuchurrío. Soy capaz de entender que hay pocas cosas inmutables. A lo largo de mi vida he tenido que asimilar algunos cambios que me han hecho sufrir más de lo deseable. Lo que de verdad no entiendo en absoluto, lo que me funde las bielas y me deja sin aliento, es que esos cambios sean el resultado de la voluntad caprichosa de unos pocos que actúan por lealtad irracional a la orden dictada por el ombligo de un sátrapa que, además, contraría el deseo mayoritario de los ciudadanos.
No hace falta insistir en que el origen de la tormenta es el ansia de poder de Pedro Sánchez, un huracán de categoría 5, pero tengo para mí que la devastación que provocará no sería posible sin la complicidad de una larga lista de lameculos que no tienen ningún escrúpulo en incumplir su palabra, mudar de discurso, cambiar las reglas del juego, burlarse de la ley, comulgar con ruedas de molino o postrarse de hinojos ante la voluntad caprichosa de su caudillo. Sin el concurso de ministros tornadizos, diputados pastueños, magistrados bizcochables o periodistas panfletarios, el edificio institucional resistiría el asalto al Estado comandado por Sánchez para mayor gloria de su ego superlativo. Eso es lo que me tiene jodido: darme cuenta de que la vida pública está secuestrada por árbitros como Al Ghandour, dispuestos a validar cualquier infracción del reglamento con tal de ganar el partido. Pincho de tortilla y caña a que el psiquiatra me dice que no es el futuro de España lo que me tiene abatido, sino la bajeza de la condición humana. Y tiene tanta razón que hasta me duele reconocerlo.
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