PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA
Despedida y cierre
Que haya una alternativa capaz de desalojar a Sánchez no depende de lo bien que le vaya a Ciudadanos, sino del poco daño que le haga a Feijóo
No se me ocurre nada más intrascendente, en este momento pre electoral y emputecido de la política española, que el esfuerzo que está haciendo Ciudadanos por seguir vivo. Y lo más asombroso es que debería suceder todo lo contrario. La cercanía de las urnas, la ... incertidumbre del resultado y el tono desabrido de los discursos de campaña deberían otorgarle a un partido que apostara por la moderación y las alianzas adecuadas un protagonismo decisivo. No es el caso. El más afortunado de los tres experimentos centristas que hemos tenido en España –el único que llegó a rozar el cielo con la yema de los dedos– llega al arranque de 2023 más seco que la mojama.
Da igual quién se lleve el gato al agua en la enternecedora batalla por el liderazgo que se está librando a estas horas. La reanimación del proyecto es misión imposible. Lo único que falta por saber es quién será el encargado de apagar la luz y cerrar el local tras la quiebra del negocio, que fue trepidante durante su fase de crecimiento y estrepitoso a la hora de venirse abajo. Conviene recordar que no nació como un proyecto nacional, sino regional, en un momento en el que en Cataluña nadie se atrevía a plantarle cara al independentismo. La valentía de Albert Rivera provocó que en el resto de España se desatara también la demanda febril de un partido que evitara que la gobernabilidad del país siguiera dependiendo de los caprichos nacionalistas.
En esencia, ese había sido el espíritu fundacional del CDS, en tiempos de Adolfo Suárez, y de la UPyD de Rosa Díez algunos años después. La diferencia es que a ninguno de los dos le sonó la flauta, aunque Suárez estuvo muy cerca de conseguirlo. Rivera lo logró por casualidad. El éxito en Cataluña le dio alas y le hizo crecer muy deprisa, representando un papel que no formaba parte del guión original cuando entró en escena. Luego, la anemia ideológica del PP, castigada en las encuestas, le hizo creer que el papel de bisagra le quedaba pequeño y que podía aspirar a ganar las elecciones. Convencido de que Sánchez gobernaría con Podemos después de los comicios de abril de 2019 y de que él se comería con patatas a Pablo Casado en los debates parlamentarios, se dedicó a requebrar a Malú y desapareció del mapa durante los siete meses que duró el 'impasse'.
La inesperada repetición electoral, en el mes de noviembre, le pilló en Belén con los pastores. Los electores comprendieron entonces que si Ciudadanos no servía para alejar el fantasma de Frankenstein del palacio de La Moncloa, no servía para nada. Y en eso siguen, me temo. Ahora, que haya una alternativa política capaz de desalojar a Sánchez del poder no depende de lo bien que le vaya a Ciudadanos, sino del poco daño que le haga a Feijóo para no perjudicar la adjudicación de escaños. Pincho de tortilla y caña a que, así las cosas, el nuevo líder centrista sea galgo o podenco despierta tanto interés como una película de Antonioni.