café con neurosis
La malsonancia, casi obligatoria
Debo admitir que un taco, cuando la adversidad cotidiana parece mostrarse con especial saña, desahoga la tensión
La tripe, y fatal, coincidencia
Les he perdido el respeto
Cuando leí que la puta dijo que no tenía ni puta idea, al ser preguntada por una determinada actividad, advertí la molesta sensación de un masoquismo en el probable pleonasmo, tal como si escuchara a un sacerdote, enfadado, decir que los ateos le ponían ... de mala hostia.
Si la blasfemia es una rebeldía subconsciente ante el poder de Dios o del destino –tras constatar la impotencia y pequeñez del individuo–, el lenguaje malsonante viene a ser una rebeldía generalizada contra todo: el trabajo, los estudios, la familia, la amistad…, como si la consciencia de la propia debilidad la pudiéramos neutralizar insultado a todo lo que nos rodea, o sea, a nuestra propia vida.
Debo admitir que un taco, en un determinado momento, cuando la adversidad cotidiana parece mostrarse con especial saña, desahoga la tensión, y hasta es posible que la recetaran los cardiólogos y psicólogos. Pero cuando lo extraordinario o poco común se transforma en cotidiano carece de fuerza. Es como si el caviar tuviera el precio que tiene ahora el boquerón, debido a la escasez del boquerón y a una insólita abundancia del caviar. Ocurriría que el boquerón tendría el precio que tiene ahora el caviar, y se consideraría el manjar más exquisito, mientras los corpúsculos verdinegros del caviar se despreciarían, y pasarían a ser alimento de gentes con escasos recursos económicos.
Los precios no son hijos de valores perdurables, sino consecuencia de la oferta y la demanda. Y la moda. Ahí tienes el tatuaje, considerado hasta el último tercio del pasado siglo como una muestra de desarraigo –propio de aventureros, marineros sin familia y delincuentes con experiencia en cárceles– intentando reivindicarse como algo exquisito, que intentan imponer futbolistas famosos, cantantes con éxito y raperos de ripio facilón. Con la generalización del lenguaje malsonante sucede algo semejante. Casi parece una especie de obligación, como si huir de los tacos y las imprecaciones te encasillara en un personaje retrógrado.
El otro día, al pasar por la salida de una escuela, escuché a una niña de unos doce años explicarle, a otro compañero de la misma edad, que no podía salir, porque «tengo que preparar el puto examen de mates». Supongo que mates eran las Matemáticas, porque el ajedrez creo que no se estudia en la escuela.
Toda indicación de una actividad lleva aparejada la anteposición del adjetivo al sustantivo, de tal forma que se habla del puto trabajo, la puta primavera, el puto lunes y, si esto sigue así, al año que viene celebraremos el puto Día de la Madre.
Soy partidario de la libertad, por supuesto. Que cada uno hable como le dé la gana, y si quiere aborregarse y formar parte de la moda, que no lea ni recomiende este modesto artículo. O sea, este puto artículo, que dirá el sumiso y vulgar seguidor de la moda del lenguaje malsonante.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete