café con neurosis
¡Malditos sean!
Belchite tiene apenas 1.500 habitantes, pero hubo más de 2.000 personas las que quisieron despedirse de este joven agricultor
Dos Óscar para el PSOE
Del «estoy bien» al «no he comido»
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Iniciar sesiónSe cansó de luchar por los demás. Tiró la toalla, ahogado por las inspecciones de Trabajo, y de la Agencia Tributaria; por la falta de ayudas, por la verborrea de los políticos, que hablan de la España vaciada que apenas han visto, porque se la ... tapa un semáforo de la ciudad, o la miran por la ventanilla del vehículo oficial, que pagamos todos con nuestros impuestos.
Siempre dispuesto a ayudar a los demás, a luchar por ellos, a defender el derecho a trabajar y vivir de la tierra, elección cada día más imposible, entre la agenda dos mil treinta y no sé cuántos, y la cachaza de los burócratas de la Unión Europea, y la lección, cada día, del cinismo de nuestros políticos, a cuya inmensa mayoría les gusta mucho el campo para verlo desde el AVE, mientras viajan hacia Madrid.
Se llamaba David Lafoz y, a los quince años, decidió ser agricultor como su abuelo. Y tenía 27 cuando julio alcanzaba su primera decena, y decidió, voluntariamente, entregar su vida, cansado de una lucha de escaso eco, de –según sus palabras– «trabajar 18 horas diarias, y no poder apenas sobrevivir».
Se llamaba David Lafoz, y cuando la dana se presentó en Valencia, allí se fue con su tractor, y alguno de los suyos, a desembozar, arrancar coches, achicar el fango, y lo que hiciera falta.
Se llamaba David Lafoz y cuando murió a los 27 había hecho por los demás lo que la inmensa mayoría de nosotros no hemos ni siquiera comenzado al estar a punto de alcanzar la edad de la jubilación.
Tenía 27 años, y se presentó con su tractor, a manifestarse, frente a las Cortes de Aragón, y hubo incidentes, y la juez no admitió a trámite los disturbios, pero la Jupol lo llevó a la Audiencia Nacional, y pesaba sobre David una posible multa de más de 50.000 euros que él no podría a pagar, salvo vendiendo sus tierras y convirtiéndose en un vagabundo de la vida.
Se llamaba David Lafoz, curioso apellido, porque 'foz' es el sitio en el que desembocan los ríos, y el río de la vida le había llevado a ser uno de los líderes de la AEGA (Asociación Española de Ganaderos y Agricultores) y de vivir en Belchite, un pueblo que conocí de la mano de Miguel París, cuando trabajábamos en el diario 'Pueblo', y donde las huellas de la crueldad de la Guerra Civil todavía pueden contemplarse.
Hoy Belchite apenas tiene 1.500 habitantes, pero hubo más de 2.000 personas que quisieron despedirse de este joven agricultor, que renunció a emigrar a la ciudad o a otro país y que, al final, cercado por esa actuación administrativa, tan extremada que puede llamarse extorsión, decidió exiliarse de este mundo.
No te pondrán una calle, David, ni habrá ningún remordimiento en quienes, con su burocrática indiferencia, te han ido empujando hacia el suelo de la foz para que te ahogaras. Y lo han conseguido, David, lo han conseguido. ¡Malditos sean!
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