CAFÉ CON NEUROSIS

Gracias, Jeeves; gracias Ussía

Somos un centón de miles los que hemos disfrutado del ingenio de un hombre perspicaz y habilidoso, valiente y honesto

El Titanic socialista

Las obersesiones perniciosas

La admiración de Alfonso Ussía por P. G. Wodehouse no era ningún secreto. Fallecido hace medio siglo, fue un brillante estímulo para un par de generaciones de españoles, que nos tropezamos con un humor sutil, irónico, completamente distinto con el que nos solíamos tropezar en ... las comedias del teatro comercial, y no digamos en las «revistas musicales». Alfonso Ussía no imitó a Wodehouse, porque su gran talento logró combinar el inteligente humor británico con un baño por la bahía de Cádiz, añadiéndole la tradición de Quevedo, la parodia llevada al surrealismo de su abuelo Muñoz Seca, y una facilidad enorme para manejar la rima asonante en el octosílabo y en el endecasílabo, como un Lope de Vega del XX y XXI.

Siempre le admiré, aunque nunca tuve mucho trato personal, pero sí para advertir que, además, poseía un profundo sentido de la amistad. Un día me tropecé con Alfonso y Antonio Mingote, al lado de la Puerta de Alcalá. Salían de intervenir en el 'Estado de la Nación', el espacio famoso del programa de Luis Del Olmo, en la Cope. Estuvimos hablando un par de minutos y, de repente, observé con asombro que Antonio –que siempre vestía pantalón y chaqueta, o traje– iba calzado con unas zapatillas deportivas. Ante la evidente sorpresa, Antonio tuvo la delicadeza de explicarme que así iba muy cómodo, mientras Alfonso Ussía miraba hacia las nubes con resignación. Sólo un profundo sentido de la amistad, logró que Ussía pasara por alto un detalle que le hubiera impedido pasear por Madrid, del brazo de cualquier persona que calzara zapatillas deportivas, y olvidar que era autor del magnífico 'Tratado de las buenas maneras' (tres volúmenes).

En los años 2010-2011, cuando la Cope le encomendó el programa de las mañanas a Ernesto Sáenz de Buruaga, tuvo la habilidad de atraer a Ussía para participar en una tertulia, en la que también estaba, Andrés Aberasturi, el hipocondríaco más genial de España. Nos reíamos con tal asiduidad, que temí que los oyentes, en lugar de divertirse tanto como nosotros, nos tuvieran envidia. Por aquellos años, nos invitó a la boda de una de sus hijas, y era admirable observar su elegancia cortés, su afectuoso trato, su refinada gentileza.

Ignoro si obedecía el mandato de Baudelaire –«Hay que ser sublime sin interrupción»– pero siempre fue ameno e interesante en sus artículos y en sus libros. Y, no me extrañaría, que esa frase se la hubiera atribuido a Churchill, si era cierto que, cuando se le ocurría una frase tan redonda como ingeniosa, le concedía la autoría a Winston Churchill. Es difícil la tarea diaria, y obligatoria, de extraer humor a la actualidad. He leído que lo hizo hasta el último suspiro. Si Mr. Wooster le decía a su valet, «Gracias, Jeeves», somos un abundante centón de miles los que hemos disfrutado del ingenio de un hombre perspicaz y habilidoso, valiente y honesto, deslumbrante, en no pocas ocasiones, y estamos obligados a decirle: «Gracias, muchas gracias, Alfonso Ussía».

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