café con neurosis
«¡Qué escándalo! ¡qué escándalo!»
Todavía recuerdo la etapa en la que, en la intimidad del grupo político, los nacionalistas se referían a los terroristas asesinos como «los chicos»
El ocaso y la caída
Merecía la pena
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Iniciar sesiónHemos pasado una semana, donde no ha habido un alto cargo del PSOE, del Gobierno o del PNV, que no se haya mostrado escandalizado ante la reticencia del candidato de Bildu a considerar a ETA un grupo terrorista. Desde Bolaños a Pedro I, El Mentiroso, ... desde la Alegría de la Huerta de las Portavoces –Pilar– hasta el acróbata del lenguaje –Patxi López– todos han interpretado, con mayor o menor soltura, al capitán Louis Renault de la película 'Casablanca'. Cuando Humphrey Bogart le pregunta al capitán Renault, con qué derecho le cierra el local, el prefecto de policía responde: «¡Que escándalo, qué escándalo! He descubierto que aquí se juega». A continuación, un empleado del Café de Rick, le entrega un fajo de billetes al policía, diciéndole: «Sus ganancias, señor». Y éste se mete el dinero rápidamente en el bolsillo, observando, ceñudo, cómo se lleva a cabo el desalojo del establecimiento.
Quien primero apuntó la posibilidad mostrenca de que el fin podía llegar a justificar los medios, fue Maquiavelo. No cayó en saco roto la zafia y cruel propuesta, y siglo y medio más tarde, Baltasar Gracián, dejó escrito que «todo lo dora un buen fin, aunque lo desmientan los desaciertos de los medios». No sólo él, sino muchos otros jesuitas pensaron lo mismo.
Si eso fuera ético y justo, convendría aplicar la tortura policial en los interrogatorios, y ser generoso en las aplicaciones de las penas más severas, porque el fin es descubrir malhechores y disuadir a los criminales potenciales, un fin justo.
Estamos ya en el siglo XXI, y los terroristas y su club de fans siguen sosteniendo que asesinar a cientos de personas, y lograr que 10 de cada 100 vascos, acosados y amedrentados, tuvieran que abandonar su tierra, fue un fin justificado, por muy atroces que fueran los medios, tal como pudimos comprobar la noche de ayer.
Y para el PNV y PSOE, blanquear a los asesinos y a sus admiradores, repetir hasta la saciedad que eran «hombres de paz», y que habían hecho más por la convivencia que los que llevan pulseritas con la bandera de España, también ha sido un medio que pretendía seguir gobernando en la autonomía o en el Estado. Todavía recuerdo la etapa en la que, en la intimidad del grupo político, los nacionalistas se referían a los terroristas asesinos como «los chicos», y los chicos ponían bombas debajo de los automóviles o le pegaban un tiro en la nuca a un hombre arrodillado. Naturalmente, la bondad del fin la define el asesino, el cínico, el egoísta, el ladrón y el mentiroso, y si logra su objetivo quedan bendecidos los crímenes, las atrocidades, la malversación y las mentiras. Eso sí, cuando los repugnantes medios empleados muestran su pútrida indecencia, siempre se puede mostrar asombro, y decir con indignación hipócrita: «¡Qué escándalo!».
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