café con neurosis

Del «estoy bien» al «no he comido»

A mí las mentiras del personaje no me preocupan; me da miedo su egocentrismo feroz

Artistas y funcionarios

Me gustaría saber qué piensan

Los psiquiatras distinguen la megalomanía del narcisismo, pero son indudables los parentescos y zonas comunes que comparten. Como lego en la materia, no me voy a lanzar a Wikipedia para pasar por un experto –que sería tan falso como absurdo– y prefiero la comodidad del ... contemplador de la sociedad que emite su opinión, aunque sea errónea.

Cuando, a mediados de junio, apareció hacia las cinco de la tarde, Pedro I, 'El Mentiroso', tras la tensa reunión con su partido, y lo primero que dijo fue que eran las cinco de la tarde, que no había comido, y que eso era importante, me quedé casi igual de estupefacto que cuando, a primeros de noviembre del año pasado, tras huir de la visita a Paiporta, y dejar solos a los Reyes, compareció al día siguiente ante la prensa e informó de su estado de ánimo y de salud, diciendo escuetamente: «Estoy bien». ¡Menos mal! Había más de doscientos cadáveres, el luto, la destrucción y la ruina de miles de personas, pero el narcisista, o megalómano intermitente, nos tranquilizaba a los ciudadanos que pasamos toda la noche compungidos por los insultos que había recibido en Paiporta, y nos devolvía el sosiego y la tranquilidad.

Lo de ir a la inauguración de una línea de ferrocarril, y subir delante del Rey; o lo de acudir a una audiencia real, y quedarse junto a los anfitriones, con su esposa, como si los anfitriones fueran también ellos, hasta que los servicios de protocolo los alejan de allí –eso sí, sin necesidad de emplear a los bomberos, ni a la fuerza pública– casi entra dentro de la soberbia del personaje. Pero considerar de gran importancia que, todavía, no ha comido a las cinco de la tarde, cuando los periodistas estaban en las mismas condiciones, como están diariamente –¡cientos de personas!– en hospitales, unidades de emergencia, servicios de incendios… incluso en una modesta agencia publicitaria o en un ensayo teatral, constituye una evidencia extraordinaria que demuestra la falta de pudor del personaje, y la cutrez de sus asesores que, conociendo al individuo, deberían ponerse en guardia ante sus cotidianas desmesuras de grandeza.

A mí las mentiras del personaje no me preocupan. Decir que no pasará del 2,1 por ciento en gastos de defensa y, a continuación, firmar el 5, como todos los demás, me produce una certeza de que, a puro de insistir, ya se ha instalado en el ridículo. Sin embargo, ese egocentrismo feroz, esa alta consideración de sí mismo, que supera la preocupación sobre más de dos centenares de cadáveres y personas desaparecidas, tras una catástrofe, me producen mucho temor. Me inquietan. Me dan miedo.

Entramos en un espacio peligroso, donde cuando nos visite el naufragio, su grito será «yo, las mujeres y los niños, primero». O puede que eso resulte demasiado generoso y el grito sea «yo y mis asesores, primero». Porque no habrá final hasta que las cuadernas del barco comiencen a crujir y las ratas suban a cubierta.

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