TRIBUNA ABIERTA
El rearme de Sánchez y la inexistente política exterior
«La necesidad de aumentar el gasto militar muestra que, una vez más, están a punto de estallar las costuras de un Ejecutivo que, en política exterior, no ha hecho más que dar tumbos»
El Gobierno de Pedro Sánchez se enfrenta a su reto más importante en materia de defensa. Tras constatar que el paraguas estadounidense ya no le sirve, como ha dejado bien claro Donald Trump, a Europa no le queda más remedio que rearmarse, si quiere defenderse ... de posibles agresiones exteriores. Y a España esta nueva dinámica le ha cogido en la peor situación.
Es cierto que, en los últimos años, España, arrastrando los pies, aumentó de forma progresiva su gasto militar, pero eso sólo nos ha permitido llegar, según las estimaciones de la OTAN, al 1,28% del PIB en 2024, lo que nos sitúa en el último lugar entre los países de la UE. El objetivo era llegar al 2% en 2029, con un gasto militar en torno a los 36.000 millones, pero Sánchez ya ha admitido que habrá que alcanzar ese 2% antes de la fecha prevista. Y si quiere hacerlo va a tener que emprender un ejercicio de malabarismo para el que está especialmente dotado, consciente de que necesitará el apoyo del principal partido de la oposición, el PP, porque sus socios de Gobierno y quienes le mantienen en La Moncloa se resisten a dárselo. Las simpatías hacia Putin no vienen sólo de la derecha extrema, sino también de una izquierda con nostalgias soviéticas teñidas de falso pacifismo y proclamas anti-OTAN.
La necesidad de aumentar el gasto militar muestra que, una vez más, están a punto de estallar las costuras de un Ejecutivo que, en política exterior, no ha hecho más que dar tumbos desde que echó a andar, entre otras razones por esas dos almas que lo inspiran.
El gran ejemplo fue el giro de 180 grados en la posición con respecto al Sahara Occidental, poniéndose abiertamente del lado de Marruecos, sin explicar los motivos ni haber podido ofrecer unas contrapartidas suficientes por parte de Mohamed VI. A Sumar no le gustó y, quizás para congraciarse con su socio, Sánchez se convirtió en adalid del reconocimiento de Palestina como Estado, a costa de granjearse la enemistad de Israel, que sigue sin embajador en Madrid desde hace diez meses.
Con unos compañeros de viaje como los que se ha agenciado Sánchez es imposible tener una mínima política coherente más allá de nuestras fronteras. Nuestro país no cuenta en la actualidad con una política exterior digna de ese nombre. Por eso, se adoptan atrabiliarias decisiones como retirar a la embajadora en Argentina y cinco meses después volver a la normalidad nombrando un nuevo embajador, sin que nada hubiera cambiado en la relación con el presidente Milei. Por eso, asistimos a extraños movimientos que nos llevan a ser poco exigentes con dictadores como Maduro o a secundar ante nuestros socios europeos las demandas de Pekín de que se reconsideren los aranceles a los coches eléctricos chinos. Asuntos en los que, como en el caso de Marruecos, se ve la mano del activo 'lobby' de Rodríguez Zapatero.
En cualquier caso, Sánchez ya se ha percatado de que el gran objetivo de la UE es intentar garantizarse su seguridad y que para eso es inaplazable aumentar el gasto en defensa. Así que esperemos no tener que volver a escuchar al ministro Albares que la prioridad de nuestra política exterior en Europa es que se apruebe el uso de las lenguas cooficiales. La división en el Ejecutivo es una rémora que afecta a nuestra credibilidad como país, credibilidad que se ha ido deteriorando desde la llegada del sanchismo al poder, por mucho que Albares afirmara, sin rubor, en la Conferencia de Embajadores que el peso de España hoy en el escenario internacional es «el mayor de nuestra historia».
Nada hay más lejos de la realidad que esa afirmación y más viniendo de un ministro que actúa en su departamento como si de un cortijo personal se tratara y que ha sumido a los miembros de la carrera diplomática es un desánimo como nunca se había conocido en el ministerio. Algo muy grave, si se tiene en cuenta que es a esos diplomáticos a quienes corresponde ejecutar las decisiones del Gobierno en política exterior.
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