lente de aumento
Lamine Yamal tiene de todo para arruinarse la vida
Cuando derrochas dinero y te falta sesera, tienes todas las papeletas para ser un astro dentro del campo y un esperpento fuera
Un hijo no es responsable y sí consecuencia de las barrabasadas de sus padres. Si no te han educado, si te han ignorado, si te han consentido, si no te han guiado, remontar la mala educación depende del empeño personal del vástago y de que ... logre ahormar a su alrededor un círculo que lo proteja de su peor enemigo: él mismo. Lamine Yamal tenía todas las papeletas para acabar siendo lo que parece: un niñato. Todo el virtuosismo que atesoran sus pies se malogra según aparca el balón, se desbragueta y da rienda suelta a su desbocada cabeza, llena de millones pero carente de luces.
El astro estrellado ha celebrado su mayoría de edad, que no de madurez, con una fiesta en la que se debió de creer un 'lobo de Wall Street'. Chicas paseadas como bípedos jarrones ante una cohorte de babosos con incontinencia inguinal; los amigos y amigas seta que se te aparecen ante la lluvia de euros; un séquito de enanos convocados para ser bufones de un chaval que dibuja obras de arte sobre el lienzo de los estadios pero sospecho que no tiene ni pajolera idea de quién fue Mari Bárbola. Ni falta que hace, pensará. Normal. La historia, el pasado, sirve a esta gente, a este tipo de gente, para reafirmarse, nunca para corregir.
La progresía se escandaliza y promueve que se tomen acciones legales contra el futbolista del Barça por vejar a los enanos contratados para su fiesta de cumpleaños. En realidad lo que necesita Yamal es acciones educativas, a las que se llega un pelín tarde. El chaval tiene todo el derecho a divertirse, a desfasar, y los enanos no tienen otra que defender su medio de vida cuando eso, la vida, te ha puesto unas barreras físicas que te limitan o te perjudican para desenvolverte en el mundo de los altos. Es triste que unas chicas se exhiban como trozos de carne en una vitrina o unos artistas enanos acaben cruzando los dedos para que no los lancen como bolos o cualquier otra ocurrencia vejatoria, aunque medie pago por medio. Sí, es patético, pero mucho más repugnante es que el eslabón fuerte de la cadena trófica, que asciende en la escala social que marca la billetera gracias a sus habilidades balompédicas, elija justo la humillación como forma de diversión. No soy tan cándido como para pretender que los futbolistas se conviertan en apóstoles laicos, beatos de pantalón corto y elástica por el simple hecho de que los está observando una legión de chavalillos y recurrentemente los vendamos como ejemplo a seguir y tratemos con una exasperante indulgencia. Me bastaría con que no fueran tan inconscientes como Yamal, un reto casi imposible después de ver cómo se maneja por la vida su padre.
Nos esperan tardes de gloria en el césped y de esperpento fuera. Que no acabe como otro juguete roto por ese cóctel letal de dinero, juventud y falta de sesera. Cosas del fútbol.
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