la barbitúrica de la semana

La polilla de Moncloa

Parece que nos matan de la risa, cuando en realidad lo hacen a pedradas

La fiesta de la insignificancia

La primera muerte ocurre en el lenguaje (II)

En el año 64, durante las persecuciones de Nerón a los cristianos, algunos mártires fueron ejecutados no en el Circo Máximo, entre las colinas de Palatino y Aventino, sino en los jardines del emperador, cerca de la colina vaticana. Allí san Pedro fue crucificado boca ... abajo. Su tumba permanece en las entrañas de la actual basílica como símbolo.

El circo como teatro sangriento fue el escenario de numerosas ejecuciones: santa Inés fue quemada y luego decapitada en el circo Agonal, donde actualmente se alza la plaza Navona; san Ignacio fue devorado por leones en el Coliseo romano y san Telémaco murió apedreado en el Circo Máximo no por orden imperial, sino por la furia del público.

Esta semana, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, compareció ante la comisión de investigación en el Senado para dar respuesta a asuntos que tienen que ver con la supuesta financiación ilegal de su partido, así como el trato de favor, tráfico de influencias y posible malversación para favorecer a su entorno. Se refirió entonces el presidente del Gobierno a la comisión como un circo, entendiendo tal alusión no al martirio, sino al espíritu bufo de las preguntas e investigaciones llevadas a cabo por los políticos ahí reunidos. Curiosa la comparación circense la que hizo el presidente del Gobierno, cuando podía haber optado por el martirologio como campo semántico sobre el cual desplegar su mesianismo: Pedro, boca abajo, crucificado en el Senado.

La ideología habla en el silencio y se delata en sus ausencias, acaso porque la concepción política del socialismo gobernante no se la juega en la arena de los tiranos –suele ser un asunto más sencillo, de pulgares y repartición–, sino, muy por el contrario, en la escena entremesil que sirvió a Cervantes, Lope y Quevedo para distraer al público durante comedias algo más largas.

Entre el patio de Monipodio y el juez de los divorcios, por ahí va el entremés socialista. Normalmente compuesto de un acto, el entremés se usó en el Siglo de Oro para ilustrar determinadas miserias. El género suele tener protagonistas cotidianos y de calado popular: el barbero, el sacristán, el alcalde, el viejo celoso, la mujer astuta, el estudiante pobre o el mozo pícaro. Su elección tenía como único propósito dejar a la vista los harapos morales del siglo XVII, cuya pasmosa vigencia asoma hoy en la vida pública.

Nos encontramos hablando de chistorras y lechugas como se referían a los ronquidos los casados en litigio ante el juez de los divorcios, o incluso hasta nos referimos al Peugeot de Koldo, Ábalos y Santos Cerdán como Quevedo se refirió a los buscavidas en 'La polilla de Madrid', aquel entremés alusivo a aquello que se alimenta de lo ajeno, lo que desgasta y destruye en silencio. De un tiempo a esta parte, la cosa pública aparenta más costumbrismo y sátira que aniquilación, aunque al final del día acaben siendo lo mismo. Del circo al entremés. Parece que nos matan de la risa, cuando en realidad lo hacen a pedradas.

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