El mundo siempre fue una jungla, Europa también

Sus palabras no levantaron mayor reacción, a no ser que fueses vegetariano o partidario del idealismo alemán. Pero esta semana, cuando trascendió lo que dijo Borrell en un acto académico, las cosas se complicaron. Entonces Borrell comparó Europa con un «jardín» frente a la mayoría del resto del mundo, al que calificó de «jungla». Lo hizo ante un grupo de estudiantes diplomáticos y lo que pretendía ser una metáfora acabó siendo entendida como una muestra de lenguaje colonialista propio de un discurso neoconservador.

Se llevaron las manos a la cabeza los estudiantes, los politólogos, políticos y demás aludidos, entre ellos el ministro de Relaciones Exteriores de Irán, ese país donde asesinan y encarcelan a las mujeres por no llevar velo, y algún dirigente de Catar, al que la FIFA concedió el Mundial de fútbol. «La metáfora del jardín/jungla surge de una mentalidad colonial totalmente inaceptable que le da a Occidente el derecho de invadir y ocupar», dijo ofendido el canciller iraní. El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. En un tiempo crepuscular para casi todo, la UE ha hecho esfuerzos manifiestos para sobrevivir no solo a la amenaza de una Rusia de pulsiones imperialistas, sino a la multiplicación de líderes del populismo nacionalista, a ultraizquierda y ultraderecha. Condenada a la insignifancia por su propia lentitud ante temas estructurales y sometida al agravio de los euroescépticos, la UE ha afrontado la invasión a Ucrania como un ultimátum y un desafío a su vigencia.

Superada la posverdad, no extraña que las palabras de Borrell resultaran irritantes en un tiempo de sátrapas que se rasgan las vestiduras y acusan a otros de colonialismo como si jamás hubiesen perpetrado la dominación sobre sus propios ciudadanos. El fin de la historia era esto. Ese mundo con prisas que intenta recoger sus pedazos al mismo tiempo que procura entender las razones nos condujeron hasta aquí. Allí donde no hay democracia, las instituciones se desmantelan, reina la impunidad y la voluntad de un gobernante se impone sobre las leyes, por supuesto que habrá jungla. Algunas son perpetuas y atávicas, e incluso han sido el destino paradisiaco del revolucionario europeo vocacional que ya hubiese querido montarse su propio safari ideológico, como en efecto hicieron Sartre y Simone de Beauvoir. El mundo siempre fue una jungla. Europa también.