la barbitúrica de la semana
El alcalde de Casterbridge
La vieja tragedia decimonónica se repite en una España moderna
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Iniciar sesiónEn una feria de ganado, un hombre borracho vende en una subasta pública a su mujer y a su hija a un marinero. La operación se salda con cinco guineas. Al día siguiente, aguijoneado por la resaca, el sujeto jura ante Dios que no volverá ... a beber, que será recto, probo y piadoso. El tiempo lo convierte en un prohombre dispuesto a reparar el daño. Pero carácter es destino y, en sus intentos por enmendar sus errores, acaba por cometer otros peores. Aquella tragedia que narró Thomas Hardy en su novela 'El alcalde de Casterbridge' (1896) traza un meridiano moral: el que ha sido capaz de traicionar una vez, lo hará cuantas veces sea necesario. Está en su naturaleza.
Borracho de su propia resiliencia, Pedro Sánchez se ha levantado de la lona electoral, ha resucitado prometiendo aquello que ya no puede negar. Ayudado por las pocas entendederas de sus oponentes, el presidente de gobierno en funciones y candidato a la investidura gracias a los votos nacionalistas y las grescas entre PP y Vox, ha empinado un chupito de gasolina a su salud para permanecer en el palacio de la Moncloa ¿El precio a pagar? Reconocimiento de lenguas cooficiales, amnistía a los delitos ya condenados y a cuanto estupro sea menester. Las cinco guineas de la cosa pública, en una mayoría absoluta.
En aquella moción contra Mariano Rajoy, la legislatura popular acabó con la imagen de un bolso de mano en el escaño que Rajoy no defendió. Hoy, convertido él también en abalorio, Alberto Núñez Feijóo optó por ser el perdedor de su victoria electoral. Raros son los asuntos del carácter y la marroquinería en el espacio que separa la calle Génova de la carrera de San Jerónimo. Sea como fuere, en aquella votación para desalojar a Rajoy del Ejecutivo, las fuerzas nacionalistas, y Bildu en particular, dejaron a Sánchez muy claro que no lo apoyaban a él, sino a cualquier iniciativa que debilitara al Estado español.
Un lustro más tarde, como el alcalde de Casterbridge en aquella novela, Sánchez no puede enmendar el estropicio ni curar la resaca. Para salir de ella tendrá que ensuciarse aún más, y mejor si cabe. La vieja tragedia decimonónica de Thomas Hardy se repite en una España moderna y dotada de recursos suficientes para proyectos más brillantes y duraderos que la claudicación ante los derechos forales o los agravios identitarios. O cuanto agravio salga debajo de las piedras.
Un hombre que ha sido capaz de vender a su hija y a su mujer en una subasta de ganado, es capaz de cualquier cosa. La miseria y el poder igualan. Obedecen a la pulsión primaria de los cobardes. Alguien subasta a los suyos por cinco guineas en cualquier circunstancia, acaba vendiéndose a sí mismo. En el trance se lleva todo por delante. Un superviviente –Sánchez lo es– se debe a lo que hace y, sobre todo, a aquello que deja de hacer. No defender y delatar se parecen mucho. Negociar y traicionar también.
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