La Tercera
La esperanza que no defrauda
El misterio pascual de Cristo que celebramos en la Semana Santa de este año jubilar es un tiempo privilegiado para lanzarse a vivir esa experiencia de confianza en Dios
Bailar cargado de cadenas
La crianza intensiva

En la bula de convocación del Jubileo 2025 el Papa Francisco recuerda que en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, reconociendo que hoy la imprevisibilidad del futuro hace surgir en muchas personas de buena voluntad sentimientos de temor, desaliento y duda. Es verdad que no hay poca gente desanimada y preocupada, que ve con escepticismo el porvenir. Creíamos saber por dónde teníamos que ir y a duras penas íbamos caminando, pero ahora nos encontramos inmersos en tiempos de egoísmo estructural que han truncado la confianza y amenazan con aniquilar a quien no se apunte a la ley del más fuerte.
No solo es difícil hacer el bien, sino incluso conocerlo, pues el marco de nuestra civilización sufre los zarpazos del «nuevo nihilismo», como ha llamado Bergoglio al fenómeno multifacético que «universaliza todo anulando y desmereciendo particularidades o afirmándolas con tal violencia que logran su destrucción». Las diversas versiones nihilistas actuales comparten un fondo populista de posverdad y polarización, pero en otros aspectos se enfrentan frontalmente. Por ejemplo, unas versiones presentan una sociedad sin diferencias de sexo y vacían el fundamento antropológico de la familia, mientras otras defienden enérgicamente la familia y la vida humana del no nacido, agitando el desprecio a los débiles y repudiando la justicia social.
El hecho surrealista de que el principal instigador del asalto al Capitolio de Washington en 2021, cuatro años después haya vuelto triunfante al poder gracias a los votos de sus conciudadanos, expresa que algo realmente grave está pasando y que una amalgama de crisis está en pleno apogeo. Para no perder pie, conviene recordar que en general las crisis contienen a la vez amenazas y oportunidades. La palabra crisis está relacionada con el verbo griego 'krino', de cuyo pariente cercano 'diakrino' viene discernir. Así, crisis y discernimiento son muy cercanos y dan oportunidad de valorar lo esencial y construir(se) sobre ello. En cristiano, la crisis es tiempo ('kairós') para poner en Dios, que no defrauda, la esperanza, «ancla firme del alma», y peregrinar hacia la meta a que nos llama en Cristo Jesús.
En ese camino, el discernimiento es clave fundamental para tomar, en cualquier situación, la decisión conforme al Evangelio, con la asistencia del Espíritu Santo. Porque la moral cristiana no es un código normativo inmutable y sus traducciones concretas exigen una tarea continua de discernimiento, a la luz de la razón histórica y del horizonte de los valores del reino de Dios encarnados por Jesús. El juicio prudencial y autónomo del cristiano se ejerce en las concretas circunstancias donde descubre y realiza la voluntad de Dios, sin improvisaciones aleatorias ni abstracciones normativas. La clarividencia de Tomás de Aquino ya advirtió que «en lo que hay que hacer hay mucha incertidumbre, porque las acciones se refieren a cosas singulares y contingentes que por su misma variabilidad son inciertas, [y] en lo dudoso e incierto, la razón no emite juicio sin una investigación previa».
Cuando el proceso de discernir sigue su curso normal desemboca en la decisión, que comporta elección, primero, entre las soluciones posibles en función de criterios éticos; y, segundo, querer eficaz en vista a realizar lo que se ha elegido. Y es que discernir no es por el gusto de sopesar razones o calibrar sus resonancias afectivas, sino para actuar eligiendo bien, siendo responsable de forma realista y modesta (no somos responsables de todo lo que pasa). Siempre la decisión es abnegada, pues supone selección de unas opciones con renuncia de otras. Es relativamente fácil seleccionar el valor frente al disvalor (otra cosa es actuar de acuerdo a lo bueno), pero es mucho más difícil elegir en situaciones de conflicto de valores. A partir de las decisiones uno ejerce su libertad y construye su carácter moral ('éthos'). Hay pequeñas decisiones aparentemente insignificantes y grandes decisiones que marcan toda una vida. Entre pequeñas, intermedias y grandes elecciones va construyéndose a fuego lento la persona que cada cual es. Cada vez que elegimos la verdad, la justicia, la libertad o la honestidad –lo que llamamos valores– abrimos cauces a la esperanza construyendo vida buena y eternidad humano-divina.
En medio del contexto social tan convulso que vivimos, afloran en muchas personas de distintas edades –desde jóvenes a ancianos– malestares diversos por la dureza de lo que ocurre y la incertidumbre del porvenir. El fin de la tempestad pandémica no trajo la calma. Al hacerse eco de esa experiencia universal, el Papa invita a que «el dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites hagan resonar el llamado a repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y, sobre todo, el sentido de nuestra existencia». Esa conciencia de fragilidad/vulnerabilidad se da hoy en una cultura de lo instantáneo, donde se pierde la capacidad de esperar, se torna extraña la paciencia y todo se vuelve urgente; una cultura que va perdiendo el sentido de continuidad entre pasado (tradición, memoria), presente y futuro, embebida en el «aquí y ahora», y en la que todo lo que suena a fracaso, derrota, dificultad, culpa o fallo debe negarse o rechazarse.
¿Cómo convertir tanta amenaza en oportunidad propicia para crecer y avanzar? Ciertamente, el mero hecho de vivir algo no garantiza que uno sea capaz de convertir lo que le pasa en oportunidad de mejora. Los cristianos sabemos que necesitamos de la fe/confianza en el Ser fundante; del amor/misericordia que levanta de las caídas, cura las heridas y perdona las culpas; y de la esperanza que activa la libertad hacia el bien. Con el apoyo de esos dinamismos fundamentales de la gracia –las virtudes teologales– podemos disponernos libremente a hacer algo digno con la vida y sentir internamente: «esta experiencia difícil me ha reforzado en mi humanidad, me ha hecho mejor», o «gracias a esta dura experiencia estoy descubriendo lo esencial y me siento llamado a ponerme en camino». Podemos hacer algo valioso con lo que nos pasa, también cuando lo que nos pasa tiene categoría de macro-crisis y nos desborda.
Desde la fragilidad, se puede enfilar el camino del encuentro honesto y auténtico con Dios, que se hizo vulnerable por amor y asumió la condición humana hasta dar la vida en la cruz. Cuando uno emprende ese camino del encuentro desde su pobre realidad concreta, va descubriendo que lo esencial para buscar es dejarse encontrar por Alguien que no es una simple proyección de uno mismo, sino el Totalmente Otro, y que le permite a uno ser quien es, sin máscaras ni artificios, llamándole a una vida en que la intimidad con Dios y el compromiso con lo humano se refuerzan mutuamente.
El misterio pascual de Cristo –su pasión, muerte y resurrección– que celebramos en la Semana Santa de este año jubilar es un tiempo privilegiado para lanzarse a vivir esa experiencia de confianza en Dios y decidirse responsablemente, en medio de la vulnerabilidad, a dar pasos concretos para recrear los vínculos interpersonales y apostar por la promoción de la dignidad de toda persona y el respeto de la creación.
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