taconeando
Juan Ortega, aprendizaje del miedo
Madrid está viviendo un alegre sarpullido de casticismo, es un Broadway que sabe a cuplé
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Iniciar sesiónSE habla poco de la bravura del torero, pero a menudo es un pobre kamikaze, un muerto de miedo con mucha valentía. José Luis Garci dice que Juan Ortega hace toreo de autor. Metáfora cineasta de una mañana de brindis otoñal en el Santo ... Mauro. Estamos la alta sociedad del toreo y el faralá, los periodistas, empresarios de punta en blanco y alguna rubia folclórica. Es que Madrid es 'demasié'. Ya decía Camba que los españoles somos toros de lidia, porque el espectáculo que le damos al mundo no es divertido ni filosófico, pero tiene una gran emoción.
Queremos decir que el folclore madrileño que tenemos aquí montado no resulta exportable, me refiero a esta comunidad lírica que viste de traje de luces y mata un toro todas las tardes. En España hay amor al toreo, cosa que ya se sabía, pero este sábado vuelve al ruedo Juan Ortega, y la emoción se siente, se palpa. Después de pasar pruebas y aprender a ser fiel a sí mismo, a su desenvoltura lenta y natural, Ortega comienza a pulir su estilo con confianza: «Ahora me encuentro con confianza. La confianza se traduce en valor».
Y viendo la templanza del torero el público se alarma, se pone de pie, se emociona y tiemblan las rodillas. El kamikaze debe aprender a dominarse, a calcular todas las posibilidades en medio del caos, los bramidos del toro y el griterío de la plaza. Nos cuenta que al miedo se le enfrenta, se le llama por su nombre, así te acostumbras y así espantas a tus fantasmas. Como decía Juncal, «hay que encarar al miedo de las patas negras, el que te levanta los pies del suelo». Y hay palabras para llamarle: temor, recelo, rescoldo, aprensión, cuidado, sospecha, desconfianza, cerote, medrana, pánico, cangui, canguelo, culepe, jindama, pavor, mieditis, espanto, terror, susto, horror y repollo…
–¿Cómo estás, Juan?
–Con el toro debajo de la cama, para qué te voy a engañar...
Juan Ortega, decíamos, estudia la expresión en los ojos del toro, la palpitación del animal, la expresión de su rostro. Tiene barbuquejo de sangre y una introspección gramatical propia de un hombre que medita a la vez que realiza su faena. Le mide el pulso al toro, y a veces en este intercambio se puede intuir el siguiente movimiento, manipularle o seducirle. «Al toro se le seduce, pero no se le engaña», puntualiza. Y así hemos ganado la mañana, una pululación de festejos nacionales y un debate fino, de cucharilla de plata, que era más verdad que todas las improvisaciones de una mañana política en el Congreso. Madrid está viviendo un alegre sarpullido de casticismo, es un Broadway que sabe a cuplé, un rezo a la vecina, un aprendizaje del valor. La cerilla de Ortega prendió fuego y es muy probable que el cartel de 'no hay billetes' se cuelgue la tarde del sábado. Me dice un periodista que tiene el talante del torero con duende, porque ha vencido el miedo y la superstición. El miedo es tu instinto de conservación. El toreo es una lucha constante contra ese instinto. Cuando llega el momento, tienes que saber echarle valor.
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