LA TERCERA
Las nuevas métricas del poder
«El dato, sin contexto ni procesamiento, es puro ruido, abundante y barato. Vivimos en la era de la abundancia aparente, pero bajo las reglas de la escasez estratégica; el dato vale tanto como el acceso que se tenga a las infraestructuras, a la energía y a los modelos capaces de convertirlo en información y conocimiento decisivo»
Disentir a tiempo del socialismo
Otras Terceras
Juan Manuel López Zafra
«Ha habido mucha charla sobre una burbuja de IA. Desde nuestro punto de vista, vemos algo muy diferente». Eran poco más de las cuatro de la tarde del 19 de noviembre en Nueva York cuando Jensen Huang, fundador y CEO de Nvidia, ... disipaba todas las dudas sobre la burbuja de la inteligencia artificial que atenaza a los mercados desde hace semanas. Y es que una subida de las ventas del 62 por ciento hasta los 57.000 millones de dólares que batían en más de 2.000 al consenso del mercado y unas ganancias por acción de 1,3 dólares frente a los 1,26 esperados, no son para poner muchos peros. Si bien no es oro todo lo que reluce, hablamos de la primera empresa en alcanzar un valor de cinco billones de dólares; de la primera tecnológica que ha confirmado pedidos por 500.000 millones de dólares hasta 2026; de la empresa que controla ocho de cada diez chips sobre los que se entrena y trabaja la inteligencia artificial. Chips que se alojan en centros de datos y requieren de electricidad para existir, los tres elementos que definen la geopolítica actual y que permiten explicar la paradoja del dato, cada vez más abundante y, sin embargo, cada vez más caro. Entrenar a ChatGPT 4 y sus 1,7 billones de parámetros exigió cien millones de dólares, que palidecen frente a los 4.000 millones de su hermano pequeño, la versión 5. Analicemos la triada en torno a la que gira todo en este campo.
1. Centros de datos. El cerebro de la inteligencia artificial. Sin ellos, no hay WhatsApp, no hay Bizum, no hay Black Friday. Son la clave oculta por la que todo funciona. Si hace diez años se generaron 59 zettabytes (zb) de información, este año serán 180; es la cantidad que cabría en los discos duros de 180.000 millones de ordenadores de última generación. El reloj inteligente que recoge nuestras constantes vitales, o el robot da Vinci que permite operar desde el Hospital de La Paz a un paciente en Houston, son sólo dos ejemplos de la explosión de la Internet de las cosas que llevará el tráfico a los 390 zb en 2030.
El crecimiento espectacular de los datos es, pese a todo, sólo función del progreso tecnológico. Es precisamente la transformación que logra la ciencia de datos, con los modelos de aprendizaje automático o las redes neuronales profundas, la que les da sentido, propósito y valor. Mucho valor. Tanto como para que un centro de datos de última generación de 1 gigawatio de potencia pueda alcanzar los 50.000 millones de dólares, de los que 35.000 millones se irán en chips, posiblemente de Nvidia.
2. Chips. Las arterias por las que fluye la IA. Hablar de ellos es hacerlo de Nvidia, la compañía norteamericana que ha logrado la excelencia en el diseño con sus Hopper, Blackwell y Rubin. Un gigante que ha pasado de valer un billón de dólares en mayo de 2023 a superar los cinco este mes de noviembre. El 80 por ciento de la IA funciona sobre los chips de esta firma norteamericana, que depende casi al cien por cien de TSMC, esa empresa desconocida para el gran público y que sintetiza en sus siglas la fragilidad geopolítica de la IA. La Taiwan Semiconductor Manufacturing Company es «sólo» una fábrica de chips para otros. Porque, a diferencia de Intel, Nvidia no produce. Lo hace TSMC para ella, la responsable de toda la innovación con sus obleas, esos discos de silicio de 30 centímetros cada vez más delgados que encierran billones de transistores.
No hay actualmente alternativa comercial con igual densidad, fiabilidad y velocidad que permita montar módulos tan grandes y complejos, y que hace imposible reproducirla en ningún otro lugar del mundo antes de dos o tres años. La fragilidad talebiana del modelo es demasiado evidente. La prohibición a Nvidia, tanto por Biden como por Trump, de exportar a ningún país distinto de los Estados Unidos no sólo ha dejado a Corea con la miel en los labios tras confirmar un pedido de 260.000 chips Blackwell, sino que ha incrementado el apetito de China por una tecnología que, hoy, es irreplicable. Y eso que las obleas son también cada vez más caras: los 6.000 dólares de las de 10 nanómetros, o 10 millonésimas de milímetro, de 2016 son 20.000 en la de 3 nm de 2022.
3. Energía. La sangre de la inteligencia artificial. Cuando el 28 de abril pasado España se fundió en negro durante casi veinticuatro horas, fallaron las baterías y las torres repetidoras de la señal, pero no lo hicieron los centros de datos. El que más cerca estuvo de caer se quedó a más de seis horas. Esto debería bastar para entender la importancia de la energía en el actual sistema de la economía del dato, donde los grupos electrógenos garantizaron el funcionamiento y, con ellos, la continuidad de las transacciones financieras y la integridad de nuestras cuentas corrientes.
Pero mientras que la oferta energética crece de forma lineal, sometida al proceso técnico y a los rigores políticos, la demanda lo hace de forma exponencial. Los reactores modulares pequeños se divisan como una posible solución, pero no estarán operativos antes de 10 años; la Administración Trump ha anunciado la reapertura parcial de la planta de Three Mile Island, lo que añadirá unos 800 mw en 2027; y, ciertamente, la capacidad nuclear de Estados Unidos se cuadriplicará hasta los 400 gw, pero no antes de 2050; mucho antes, en 2030, la demanda excederá a la oferta entre 120 y 180 gw. La presión sobre el precio, en el proceso, será muy importante. Y mientras Europa y Estados Unidos luchan contra la regulación que ellos mismos se han impuesto, China tendrá en 2030 una capacidad ociosa latente de 400 gw, lo que permitirá a sus empresas acceder a una energía abundante y barata. Es el equivalente a entrenar en altura frente a hacerlo al nivel del mar; sí, también a hacerlo con todo tipo de esteroides anabolizantes, pues para lograrlo no dejará de quemar carbón, petróleo y gas.
El dato, sin contexto ni procesamiento, es puro ruido, abundante y barato. Como tantos otros materiales, crece en valor con su 'refinado' mediante tecnología y modelado, que lo transforman y lo encarecen, para crear el combustible imprescindible para la toma de decisiones. La lucha se da pues por la energía y la capacidad de computación; y eso está redefiniendo la geopolítica en Europa y el mundo. Vivimos en la era de la abundancia aparente, pero bajo las reglas de la escasez estratégica: el dato vale tanto como el acceso que se tenga a las infraestructuras, a la energía y a los modelos capaces de convertirlo en información y conocimiento decisivo. La influencia y el poder ya no se miden en barriles, sino en zettabytes, nanómetros y gigavatios.
es profesor en CUNEF Universidad
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